miércoles, marzo 10, 2010

NOTICIA 759ª DESDE EL BAR: AMETRALLANDO


Grabado sacado de este otro blog que veréis entrando por aquí.


Gatling inventó algo para crear el bien, la ametralladora. Acabó haciendo el mal. Fue en 1861, al inicio de la Guerra de Secesión Estadounidense (1861-1865). Él era un médico que deseaba acabar con las guerras del mundo, en vista del propio contexto en el que creó aquel arma que, en principio, era capaz de disparar 200 balas por minuto gracias a una manivela. Su idea era, tras ver los horrores de la guerra, que si era capaz de inventar un arma devastadora capaz de destruir las vidas de las personas sin que esta tuvieran capacidad ni de reaccionar ante el ataque, las gentes se lo pensarían y decidirían no resolver los problemas ya nunca más con la violencia. Es una historia real semejante a la de la leyenda del Ángel Caído, donde un ángel quiere hacer el bien intentando hacer cumplir los designios de Dios realizando toda clase de tropelías, por lo que se le expulsa del Cielo. Es por ello que en el Infierno cristiano el Diablo originalmente no potencia que los que allí llegan hagan el mal, sino que los castiga con torturas por toda la eternidad.

Pero volvamos a la realidad de 1861. Por entonces las guerras aún contaban con ideas de honor, si es que alguna vez hubo honor en hacer la guerra. Ahorrándonos este debate, sí que es cierto que hasta la I Guerra Mundial (1914-1918) el modo de hacer la guerra se guiaba por otros parámetros muy diferentes a lo que actualmente conocemos, aunque no deje de ser horrible vivir el mundo bélico en sí. Es por ello que en un principio no anduvo desencaminado el señor Gatlind. Los mandos militares estadounidenses no quisieron adquirir su ametralladora en 1862, pues decían que era un arma atroz y que creaba masacres en pocos segundos, anulando a las personas. Curioso razonamiento para nuestras épocas en boca de un militar, pero no en aquellas. Siglos antes, en el s. XVII, Cervantes escribía en "El Quijote" el rechazo que existía en muchos soldados en usar las armas de fuego porque consideraban que mataban sin honor, esto es sin dar oportunidad a defenderse al oponente en igualdad de condiciones. Pero la Guerra de Secesión estadounidense fue la primera en muchas cosas, fue la primera en contar con reporteros de guerra (aunque hubo un experimento previo en la Guerra de Crimea unos diez años antes), la primera también en practicar una guerra de trincheras, y la primera en usar la guerra naval actual con acorazados incluidos (aunque ya existiesen modelos de barcos acorazados europeos en el siglo XV). Así que, cuando los frentes de combate se estancaron, varios generales decidieron usar esta arma comprada por sus propios medios personales, con la idea de ahorrar las vidas de sus soldados y de ir atajando un conflicto que se prolongaba en líneas estancadas de combate... que aún tenían que ver su apogeo en aquella otra Gran Guerra de 1914. Finalmente, el arma de la paz, la que acabaría con las guerras, sólo provocó que la guerra se hiciera más devastadora. El conflicto acabó en 1865, y dada la vital importancia del nuevo arma, el gobierno norteamericano la adquirio como arma legítima y reglamentaria de los pelotones (pese a sus 45 kilos de peso) en 1866. De hecho se le ofreció usarla al general Custer contra los indios en las Guerras Indias, cosa que rechazó hacer por considerarla cruel, innoble, injusta y asesina, cosa que, en vista a su biografía respecto a los indios, habría que tener en cuenta de cara a una posible revisión biográfica de su personalidad con las cuestiones indias.

Pocos años más tarde de todo esto otro estadonidense, esta vez un fabricante de armas de toda la vida, Maxim, inventó una ametralladora ligera y que no necesitaba tanto de una manivela, aprovechaba la inercia de los cartuchos disparados. Posiblemente Gatling debió frustrarse mucho al ver todo aquello, pero ¿acaso no era de esperar? Pecó, simplemente, de inocente.

Otro inventor que se vio en las mismas fue el sueco Alfred Nobel, inventó la dinámita en el mismo siglo XIX para ayudar en la minería y la construcción, y vio con horror como los ejércitos de todo el mundo la usaron para matar.

Otros inventos se crearon para el mal y acabaron haciendo el bien. Por ejemplo, el español Isaac Peral, militar, inventó también a finales del siglo XIX el submarino con idea de ganar las batallas navales desde el fondo del mar, sin tener pérdidas de barcos. El gobierno español creyó que aquello era una locura y no invirtió en aquello. Fueron otras naciones las que desarrollaron la idea del submarino, Alemania, Gran Bretaña, Estados Unidos... Y sí, a partir de la I Guerra Mundial los usaron como una de las peores armas navales, y tras la II Guerra Mundial, acabada en 1945, la creación de submarinos nucleares los dibujan aún como un elemento de muerte aún peor. Sin embargo, entre Isaac Peral y la I Guerra Mundial el submarino fue usado para fines pacíficos, la exploración de los fondos marinos, el conocimiento de la fauna marina y de su flora... Y tras los 1960' y gracias al francés Jacques Costeau no sólamente para esto, si no también se pueden usar para resacates de naufragos atrapados en barcos hundidos, rescates de objetos de barcos hundidos, reparaciones submarinas, extracciones petrolíferas (es útil hasta que de una vez se impongan las energías renovables, a ver si es pronto). En fin, que nunca se sabe qué efectos tendrá un invento.

En nuestras vidas ocurre a menudo esto. Uno hace algo pensando que podrá ocurrir una cosa, y luego ocurre otra muy contraria a lo que se pretendía. Eso nos puede hacer sentir como Gatling o Nobel. Pero la cuestión es saber encauzarlo. Gatling no supo hacerlo, Nobel intentó enmendarse creando una fundación y unos premios pacifistas. ¿Y nosotros, en nuestras vidas, cuando nos ocurre sabemos encauzarlo? La respuesta depende de cada uno y de cada situación... pero también de los otros. Sí, de los otros, pues la interpretación de nuestros actos o palabras depende no sólo de nosotros mismos, sino de los receptores, que son los otros. Eso es algo que complica la cosa. La cuestión es que, si algo propio es malinterpretado, o mal usado, o provoca una situación contraria a lo que pretendemos, debemos intentar no transformarnos en ametralladoras de repetición, menos en unos tiempos en que los modelos de Gatling y Maxim fueron superados por las ametralladoras de mano devastadoras de Thompson, perfeccionadas por Kalashnikov, cosa que, con los medios de comunicación de hoy día, podría ocurrirnos en caso de caer en estos problemas. Es algo que pensé estos días a raíz de una conversación con una compañera bloguera que, me parece, se ha transformado en una ametralladora contra su voluntad. Recomendación al modo inglés: Paraos y oled las rosas. Un saludo y que la cerveza os acompañe.

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