lunes, agosto 06, 2012

NOTICIA 1113ª DESDE EL BAR: MUERTE ROMANA (1 de 7)


El pasado mes de mayo el Diario de Alcalá publicaba un artículo basado en las investigaciones de una de las que fuese profesora universitaria mía durante mis años de carrera, Margarita Vallejo. Se trataba del descubrimiento de la lápida de la tumba de Lucio Emilio Cándido, un guardia pretoriano del emperador Trajano, del Antiguo Imperio Romano, en el siglo II d.C.. El descubirmiento tenía su importancia, no sólo daba la clave sobre un complutense (un antiguo habitante de la actual Alcalá de Henares de la que soy natural) que llegó a uno de los máximos escalafones militares posibles en el antiguo ejército romano, sino que también nos daba la noticia de los Emilios como una familia fuerte económicamente y políticamente en la antigua Complutum, así como que además controlaban una industria que hasta bien entrado el siglo XX fue clave en Alcalá de Henaes, la de la cerámica, exactamente producían tejas y ladrillos. La lápida fue encontrada bajo el puente Milvio de Roma, y se trataba de la vigésimo quinta persona de Complutum que se sabe hoy día que fueron guardias pretorianos. Debían tener influencia política en la propia Roma para sus propios negocios. Este hombre, que murió a los 35 años de edad, nos daba en su lápida otro dato, que Complutum era considerada un municipio, y por tanto tenía más poder político de lo que hasta ahora se sospechaba. Más aún, los descubrimientos de arqueología fotográfica que nos han mostrado los satélites espaciales nos confirman esto, al encontrarse en el cerro del Viso lo que parece ser serían los cimientos, sepultados por sembrados, de un templo y un anfiteatro. La importancia de Complutum en el centro de Hispania como ciudad comercial a tener en cuenta parece que se va arraigando, a la par que en los últimos mosaicos encontrados en nuestros restos arqueológicos contienen la firma de mosaicistas famosos de los territorios romanos del norte de África, lo que hace sospechar que en complutum hubo una escuela de este arte.

Sea como sea, la lápida citada se encuentra en el Museo Nazionale Romano y en ella se puede leer: “A los dioses Manes, Lucio Emilio Candido, hijo de Lucio, originario de Complutum, de la tribu Quirina soldado de la VIII cohorte pretoriana, ha militado en la centuria comandada por Rufo. Vivió treinta y cinco años y militó once: Mandó poner (esta lápida) en su testamento”.  Y precisamente de lápidas romanas es de lo que vamos a hablar en las próximas siete entregas contando esta. No obstante, la tradición de las culturas occidentales de honrar la memoria del muerto escribiendo una lápida en su tumba viene de aquí, que en cierto modo enraiza también con las tumbas de las clases políticas dominantes y pudientes de los egipcios. Los romanos creían que no se moría de verdad mientras alguien te recordara, de ahí que tanto auténticos creyente de la religión oficial del Imperio, como del resto de religiones permitidas, o bien hasta los no creyentes, buscaron el recuerdo entero en crear un recordatorio eterno escrito en piedra sobre quién estaba enterrado allí, que un día vivió igual que vive el que lo lee. Los museos hoy día conservan esa memoria al conservar las lápidas y los libros de epigrafía, y aún más, han resultado ser una fuente muy exacta de información para los historiadores sobre cómo fue la vida común de las gentes de la República y del Imperio Romano.

Mi padre murió el 24 de noviembre de 2003, y yo tenía por delante el encargo de varios trabajos universitarios de investigación para poder terminar mi quinto curso de carrera de Historia, y con ello la Licenciatura. Esos trabajos fueron mandados en torno a octubre. La cuestión es que ese mes lo ocupé en la atención a mi padre en el hospital y no pude escribirlo. A lo largo de noviembre ocupaba mi tiempo entre mi padre en el hospital, la escritura de varios poemas sobre esa muerte a tiempo real que terminaron siendo uno de mis libros, y la lectura de varios libros de Historia para llevar mis estudios al día. Cuando murió mi padre no había tenido para dedicarme de lleno en esos trabajos, que creo recordar eran tres, y mis profesores, cuando fui a hablar con ellos en diciembre para recibir el favor de una prórroga excepcional, no me concedieron ningún favor de tiempo extra. Así que escribí, y en algunos casos de manera farragosa, trabajos de treinta, cuarena o cincuenta hojas, sorprendiendo a esos catedráticos y desbordando su propio tiempo libre para corregirlos dentro de sus porpios plazos fijados por el ministerio para entregar unas notas que, en el fondo, debían ser remitidas al propio ministerio a final de curso para poder conceder o no las licenciaturas correspondientes. Yo obtuve una elevada nota media universitaria que, como se sabe por medio de esta bitácora, no me ha dado ni trabajo estable ni oportunidades de obtenerlo. Eso ni a pesar de que un año después, en el periodo de docencia del doctorado, esa nota media aumentó y se transformó en un 9'5 sobre 10. Sea como sea uno de esos trabajos me ocuparon dieciséis hojas y se trataba de elaborar una teoría propia sobre un conjunto de epigrafías en latín de temática a elegir por uno mismo. Yo elegí la epigrafía funeraria romana en la Península Ibérica y acabé el trabajo el 10 de enero de 2004. Mi profesor se quedó impactado tanto de mi celeridad, tras haberle pedido tiempo extra por la muerte de mi padre sin que me lo concediera basándose en el valor del trabajo para la mente en tiempos de adversidad, como de la elección del tema y el tratamiento que hice del mismo a poco más de un mes y medio de la muerte de mi padre. Me llamó a su despacho para revisarlo juntos, y se le notaba tanto impactado como sorprendido del resultado. Sea como sea, os dejo con ese trabajo en siete entregas. Yo creo que tiene aspectos interesantes para comprender mejor la mentalidad romana respecto a la muerte y sus honras, y como eso sigue vigente en nuestra sociedad actual hoy día. No somos tan lejanos a esas personas de hace dos mil años. Saludos y que la cerveza os acompañe.
 
Muerte Romana (1 de 7)

EPIGRAFÍA FUNERARIA EN EL NORTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

    Me parece interesante centrar este trabajo en aquellas palabras que los vivos de otras épocas les dedicaron a sus propios muertos en sus tumbas. La epigrafía funeraria nos ha dado mucha clase de datos. Las tumbas y los rituales de enterramiento, el mismo enterramiento en sí, pueden ser interpretados de muy diversos modos. Pueden tener lecturas morales, filosóficas, antropológicas, religiosas, económicas, literarias, históricas... Pero, sin duda, en las inscripciones que en ellas suelen aparecer lo que se lee es el reflejo de las ideas y del trato sobre la muerte del vivo de la época, que a la postre también será el muerto de la época. A la par también es la expresión de los sentimientos que los vivos tenían hacia su difunto. El presente trabajo querrá tratar sobre la epigrafía funeraria de una región marginal en la Antigua Roma, el norte de la península ibérica. Antes de entrar en la materia daremos una pequeña explicación de qué era la muerte para los romanos y sus territorios.

    Los romanos nunca vieron la muerte de igual modo a lo largo de su existencia antigua. Ni siquiera de modo uniforme, pese a que existiese una religión oficial. Eso era algo prácticamente imposible dada la extensión de los territorios sobre los que Roma existía. Eran grandes amantes de la vida. Lo que queda reflejado en numerosas manifestaciones culturales que nos han llegado de ellos, pero también estaban interesados en la inevitable muerte. Los preparativos previos a la muerte (testamentos, herederos, tumba, forma de enterramiento) eran cosas muy cuidadas por ellos en vida, y muy organizadas. La consideración general era que la persona no moría hasta que no dejaba de ser recordado. Si la vida material era imposible, se debía pervivir en la memoria, en la historia. De ahí que aparecieran tumbas y cementerios llenos de monumentos y lápidas de piedra con los nombres de los difuntos, su actividad en la vida, sus dedicaciones, frases para los vivos o de los vivos para él, sus consideraciones sobre la muerte, una forma de la tumba que tuviera que ver con algo que fue muy significativo para la vida del difunto (como un horno de pan, por ejemplo), etcétera. Pero también es significativo que, para lograr un mayor recuerdo, estas tumbas se colocaran en lugares bien visibles, como los caminos y vías romanas. Banquetes para el difunto, vino para purificarle o el depósito de flores en su tumba (como símbolo de una nueva primavera ya que el muerto en lo terrenal renacería en un mundo de ultratumba) eran rituales habituales para seguir recordándole.

    Antes del siglo III a.C. los romanos creían en la pervivencia del alma. Las almas vivían intangibles vagando por el mundo, sobre todo cerca de sus tumbas. Si acaso eran visibles en forma de humo o niebla. Pero la introducción de la cultura griega a partir de ese siglo hizo cambiar las concepciones romanas sobre la vida de ultratumba. Y más aún cuando llegaron de oriente otras concepciones religiosas. Empiezan a creer que a parte del alma existen las umbras. Estas son sombras que pasan a vivir en un mundo subterráneo. Es el comienzo de una creencia en los infiernos al modo griego, pasando al Can Cerbero, el lago Estigia con Caronte y llegando al Reino de los Muertos (el Mundo de los Muertos). En cuanto que las almas pasan a ser manes, los cuales son una especie de dioses inferiores para cada familia. Eran espíritus familiares. El término manes, en plural, parece que hace indicar que el difunto pierde su personalidad terrestre cuando está en la vida de ultratumba, transformándose así en una deidad algo más general y no con nombre específico. Aunque en épocas avanzadas del Imperio se afirmará que el difunto sigue su actividad terrenal en la vida de ultratumba, e incluso conservará sus virtudes y defectos. En un epitafio de un esclavo llega a leerse  que el difunto manifiesta continuar con su vida de esclavo en el Reino de los Muertos. Bien pudiera ser esto un modo de advertencia para no mover el orden social establecido, dado que en las épocas ya se habían originado algunas revueltas de esclavos. También existe la teoría de que manes fuese plural ya que en origen se enterraran a los muertos comunalmente, y por tanto hubiese varias almas a la vez en la zona de la sepultura, lo que haría que el término pasara así a las almas de las posteriores tumbas individuales. Los manes, si estaban bien enterrados, bien ofrendados y bien venerados, cuidaban de su familia y les favorecían, siendo así larvae. Pero si no ocurría esto, eran nocivos e inquietos, y eran lemures. Al ser difícil para un vivo saber si su difunto estaba o no contento con el trato recibía, lo general era dirigirse a él en los epitafios como manes, o dirigirse a los manes. Son raras las tumbas que indiquen larvae, y mucho más raras las que indiquen lemur. O bien podía escribirse:

DIS INFERIS MANIBUS  (de las manos de los dioses del inframundo) [Que refiere al difunto como una deidad infernal, también aparece como DIM, es una referencia a que al morir la persona no sólo le reclaman los dioses del Averno, si no que además se transforma en un dios familiar para la protección de su propia familia, o para atormentarles por enojo de algo mal hecho].

  Además, la Ley de las Doce Tablas recomendaba, para no molestar al manes, eliminar en su culto toda manifestación lúgubre. Ese culto pasaba a ser al conjunto de manes de la familia en concreto.

    Hacia finales de la República hay un proceso de descreimiento religioso. En los epitafios parece ser que se refleja en la supresión de las palabras referidas a manes a cambio de sus abreviaturas. Estas abreviaturas suelen ser objeto de discusión acerca de su verdadero significado. Suelen ser: D.M. (Dis Manibus), o bien: D.M.S. (Dis Manibus Sacrum),  a veces es: D.M.I. (Dis Manibus Inferis). Lo que para algunos epigrafistas serían la abreviatura de otras palabras. Sea como sea, parece ser que su uso deja de tener cierto carácter ritual, donde la tumba es como un altar, para ser palabras tan rutinarias como hoy día nuestro en latín R.I.P. (Requiescat in pace) o nuestro en castellano D.E.P. (Descanse en Paz). Por estas épocas de final de la República aparecen referencias a la muerte como algo negativo y odioso, e incluso como fin de toda forma de vida posible ("No hay Infierno, ni Caronte, ni Cerbero. Los muertos no somos más que huesos podridos"). Se identifica a veces a la tierra, a la ceniza y al fuego eterno como la muerte total de la persona. En algunos epitafios, por ello, se recomienda al vivo disfrutar de su vida ("vosotros que vivís, comed, bebed y alegráos"), pues será la única que vaya a tener. En otras simplemente se conforman con expresar el cariño al difunto:

C(ara) I(n) S(uis)  (de su querida)     P(ia) I(n) S(uis)  (de su piadosa) [inscripciones de lápidas de la Bética].

O bien con desearle lo mejor que le pueda ocurrir a sus restos, o incluso a su alma en la vida ultraterrena, con fórmulas como esta:

S(it) T(ibi) T(erra) L(evis)    ["Que la tierra te sea leve", cuya intención es parecida a nuestro ya citado "Descanse en paz", por cierto que la fórmula romana es hoy día usada por los anarquistas y anarcosindicalistas en sus despedidas funerarias como fórmula no religiosa pero sí llena de respeto y reconocimiento de que algo queda de su obra en los que quedan en la vida, es una fórmula deseándole al difunto en cierto modo metafórico no ser juzgado con mucha severidad].

2 comentarios:

John Doe dijo...

Interesantísimo!
gracias por compartirlo

Canichu, el espía del bar dijo...

Gracias, siento el retraso del resto de entradas, fue un error mío de programación porque hme hayo de viaje hasta dentro de tres días, pero lo acabo de corregir.