lunes, febrero 17, 2014

NOTICIA 1308ª DESDE EL BAR: EL FRÍO QUE NOS ACOGE MIENTRAS LOS ROBOTS CAMINAN ENTRE LOS HUMANOS (capítulo 6)



Capítulo 6: El oráculo.

Las conversaciones y negocios con los indonesios habían dado ya todos sus frutos. En breve Alcalá de Henares D.F. orbitaría en torno a Indonesia en busca del dinero de su turismo. Flotaría en la nada de su atracción gravitatoria, a prudente distancia de los satélites artificiales de sus comunicaciones.

La Nereida se encontraba en la plataforma Thomas More donde días antes había aterrizado en el planeta verde. Debía partir de regreso a la ciudad galáctica. Ma Ría Ría había regresado acompañada de Ana Cañas y de sus respectivos orgullos deportivos, Jimmy de Jesús y Alejandro Remeseiro, confusos e incómodos con un encargo deportivo irrisorio, aunque mediáticamente conveniente. También Pat Patri estaba en aquellos momentos asegurando la carga de los especimenes vegetales que le interesaban para el progreso de la ciudad que viajaba en el silencio del universo. Igualmente estaba ya instalado el multimillonario Yogui, que  había entrado discretamente en la nave, pero había hecho traer consigo un sarcófago de transportes galácticos algo llamativo. Algunos operarios de la plataforma Thomas More terminaban en esos momentos de instalarlo adecuadamente para su traslado a Alcalá de Henares D.F. junto al resto de las pertenencias de Yogui. Estaba allí observando aquello un hombre con barba y ojos penetrantes que también viajaría con ellos a la ciudad colonial, de parte de Yogui. Se trataba del historiador Basterra. Dentro de aquel sarcófago había toda una pieza de historia, un hombre. No un hombre cualquiera, si no uno de otras épocas. Uno perfectamente conservado en el frío del interior de otro sarcófago que había dentro del que ahora terminaban de anclar los operarios. Un sarcófago criogénico.

Quien dormía un sueño de siglos era Borja Montero, un viejo músico del siglo XXI. “El Oso” Yogui lo había comprado por una importante suma de dinero en una subasta de objetos históricos. La visita de Alcalá de Henares D.F. era su oportunidad de rentabilizar algo de su inversión. Las ciudades galácticas en órbita a un planeta habitado solía atraer a muchos turistas de todos los rincones del planeta en cuestión. Gracias a la intercesión de la Directora de las Relaciones Públicas Entre Mundos de Indonesia, Ana Cañas, había podido acordar con la Directora de los Asuntos Turísticos de Alcalá de Henares D.F., Ma Ría Ría, una exposición temporal en torno a esta conocida figura de la música. El potentado Yogui planeaba incluso una lujosa recepción con el sarcófago criogénico en el centro, con banda de música incluida tocando temas míticos de aquel hombre que en vida tocaba unas populares canciones de estilo blues y rock. El interés de Yogui en pisar la ciudad ambulante había cobrado entonces una claridad total para Ma Ría Ría. Código, sin embargo, no entendía muy bien el interés que suscitaba contemplar el sarcófago donde en su interior descansaba alguien con sus constante vitales en suspenso, no obstante: vivo, mas dormido como si fuera un muerto.

-Las discográficas ya no avalaban el tipo de letras de sus canciones y sus actitudes en los escenarios. No por ser él, exactamente, era algo que venía ocurriendo desde la década de los años 1980, me atrevería a decir, aunque hubo un intento en la década siguiente de 1990 de recuperar ese ambiente por parte de algunos estilos musicales –le explicaba el historiador M. Basterra-. Tal vez, después, con el avance en comunicaciones que supuso la informática con Internet, debió servirles de revulsivo para que los músicos y las discográficas se pensasen a sí mismos en lo que realmente querían, desaparecieran o se transformasen. Volvieron al origen, a algún lugar a mediados de aquel siglo XX, donde los músicos convivían con la industria, pero más como músico que como industria, eran sinceros consigo mismos y eso lo agradecía el público, compartiendo ideas y experiencias con la música. Desde que el músico que convive con la industria se dejó dominar más por la industria que por la música, se volvieron nada sinceros consigo mismos, y quizá por ello la gente prefirió volver a escuchar a los clásicos de cualquier estilo de música. Del pasado original de la música rock yo salvaría muchos álbumes que recopilaban canciones concebidas en conjunto, del presente que vivió Borja Montero sólo salvaría singles, canciones sueltas. Tal vez la revolución musical con Internet permitió que los músicos se disociaran de esas discográficas que los desnaturalizaron. Quizá comprendieron que el futuro estaba en que los músicos que se formaron entre el final del siglo XX y el comienzo del siglo XXI ahora podían disociarse de esas discográficas que no les permitían hacer cosas como, por ejemplo, aquel mítico Bob Marley en esta canción de "War": cantar y citar a los derechos humanos, usando esas palabras. Con Internet la desaparición del hombre de negocios ejecutivo se hizo necesaria en un proceso largo. ¿Para qué servía el ejecutivo que al escuchar algo como “War” prefería decirle al músico que cantase sobre otras cosas más amables y retransmitibles en las radios comerciales para las masas de gente, o que le dijese al músico que se vistiese con ropa que fuera de una tal forma porque eso atraía a la gente a productos comerciales, considerando el ejecutivo que no les atraía tanto oír cosas de los derechos humanos? La música es arte, y el arte es la transmisión de lo que motiva a su creador, el negocio debía cambiar su rumbo desde que se dejó abandonar a sí mismo más a las cuentas bancarias que a lo que realmente los músicos y la gente quería. Ahí es donde renació la importancia nueva de los músicos locales hechos a sí mismos desde la honestidad de las audiencias locales a lo largo del siglo XXI. Por eso por la exhibición del señor Borja Montero en un sueño eterno atrae a tanta gente dispuesta a pagar por ello. ¿Paradójico, verdad?

-¿Y realmente la gente pagará por esto? –preguntó Código.

-No lo dude –contestó rápido el historiador M. Basterra-. Borja Montero, el original, hizo buena parte de su carrera iniciándose en Alcalá de Henares, la antigua, la de La Tierra. Con una campaña publicitaria adecuada creo que el señor Yogui rentará una gran cantidad de su inversión. Yo me conformo como comisario de la exposición con enviar la información histórica de un modo lo suficientemente acertado para que la gente no la olvide.

Código mantuvo un ligero silencio de reflexión mirando el sarcófago de transporte galáctico que contenía el sarcófago criogénico.

-He escuchado algunas canciones de este hombre. Siempre me pareció muy visceral “Forgotten Rite” –dijo Código anecdóticamente mientras M. Basterra revisaba el anclaje del sarcófago.

-Si, es una canción que define bastante bien algunos de los aspectos de su vida, sin embargo, esa canción era del Borja Montero original, el único, el único del mundo entero. Este es el otro Borja Montero. ¿Recuerda “A Secret Life Near You”? Este es ese Borja Montero.

-No sabía que hubiera dos Borjas Monteros.

-Y no los hay, aunque sí –M. Basterra se volvió sonriendo a Código y prosiguió-. El primer Borja Montero vivió entre el siglo XX y el siglo XXI, como comprenderá aún no se había avanzado en todo lo que ahora sabemos sobre criogenia. Los mayores clásicos de su carrera son de esos años. Cuando murió pasado algo más de la mitad del siglo XXI, el Salón de la Fama del Rock compró los derechos sobre su cuerpo a sus herederos y recogieron algunas muestras genéticas antes de enterrarlo en el panteón que aún se puede visitar en La Tierra. Lo cierto es que Montero sabía que tenía una enfermedad terminal y pagó uno de aquellos escáneres de memoria cerebral que se hacían en aquellas épocas. Todos los conocimientos y recuerdos más importantes de su vida quedaron así preservados e igualmente adquiridos por el Salón de la Fama del Rock. Unos años más tarde lo clonaron y le practicaron en el cerebro la introducción de una parte robótica del mismo para poder insertarle una copia de aquella memoria. Ese fue el segundo Borja Montero. El del siglo XXII. Aún hay gente que cree que es el mismo, a pesar de la imposibilidad de que eso pudiera haber ocurrido. Su carrera musical también tuvo éxito, pero son los conocidos como clásicos menores. Lamentablemente aquellas grabaciones de memoria no permitían almacenar las sensibilidades ni las emociones de la persona original, ni siquiera hoy día.

-Entonces este es el segundo Borja Montero –dijo Código.

-Sí y no. Físicamente sí, pero en cierto modo también es el original en todos los sentidos.

-Pero cómo usted ha dicho, sus emociones…

-¿Sabe, señor Código, lo que ocurre con el sistema empático de los robots?

-Que ya casi no los fabrican con él, no resultaron rentables en el mercado.

-Sí y no, una vez más. Los robots plenamente empáticos casi no se fabrican ya por lo que acaba de decir. Sin embargo, cuando la inteligencia artificial rebasa ciertos límites, y nuestros robots lo hicieron hace mucho tiempo, resulta imposible que no tengan un mínimo de sentimientos empáticos. Hasta los animales los tienen, era lógico que algunos robots alcanzaran unos mínimos, es un dato poco conocido. Obviamente la empatía en los robots que se venden como no empáticos es una empatía muy reducida, mínima, tan poca que es casi residual en su cerebro electrónico, testimonial. Así pues, ¿qué nos puede asegurar que realmente no hubiera algo emocional del Borja Montero primigenio en la grabación de memoria que realizó y que tuvo la posibilidad de desarrollarse en el clon?

-Pero se habrá mezclado con las propias emociones del clon.

-Por supuesto, ya no es algo puro, pero es muy cercano al original. A la gente común, los que vienen a las exposiciones como las que propone el señor Yogui, no les importan esos detalles –sentenció M. Basterra.

-De todas formas, eso no importa, ¿No cree? –dijo Código señalando con la barbilla al sarcófago.

-Para historiadores y científicos sí, incluso para los músicos más puristas. Lamentablemente la muerte del clon se produjo cuando la criogenia con resultados positivos aún era algo deficitaria. La congelación de los fluidos corporales provocaban lesiones internas en los cuerpos. Cuando los individuos eran descongelados volvían a la vida con múltiples problemas médicos, a veces sólo lo hacían para morir con algún sufrimiento. Por eso se prefirió no descongelar a algunos de aquellos pioneros, como el señor Borja Montero. Sin embargo podemos disfrutarle hoy día vivo entre nosotros.

-Vivo, vivo…

-La publicidad, querido, la pedagogía y la publicidad… -M. Basterra dio unos golpecitos en el hombro a Código y se despidió antes de ir en busca del magnate Yogui para darle la noticia de que su inversión ya estaba a bordo perfectamente instalada.

Código se quedó en la bodega de carga de la nave, donde ya no había nadie. Todo el mundo estaba ya en los compartimentos superiores esperando su regreso para despegar rumbo a Alcalá de Henares D.F.. Grisóstomo estaba preparando ya los motores. Código iba a cerrar la compuerta de carga cuando recibió un mensaje de él. La nave indicaba que uno de los transmisores que se comunicaban directamente con la ciudad galáctica presentaba un pequeño problema. Nada muy grave, pero lo suficiente como para tener que salir a solucionarlo desde fuera. Código salió y recorrió los bajos. Una nube de agua vaporizada salía a propulsión por uno de los conductos que acertaba de lleno sobre el transmisor. Era una pequeña avería no muy importante que podía ser reparada de mejor manera cuando llegaran a su destino. De momento les servía simplemente con cerrar el conducto y usar un transmisor auxiliar, más limitado que aquel, pero suficiente en casos como este.

Entre la neblina accidental que había provocado el agua nebulizada distinguió en ella una silueta delgada y estilizada. El eremita Jess Barbieri se dejó ver ante él mirándole con aquellos ojos extraños. Código no comprendía muy bien qué hacía allí aquel hombre. Debía hacerle salir de la plataforma, pues correría el peligro de ser calcinado o arrastrado por la inercia del despegue. Sin embargo, antes de que Código le dijera nada, Jess Barbieri, con una voz extraña, como si aquellas cuerdas vocales acabasen de salir de una criogenia prolongada por siglos como la de Borja Montero, una voz como de otro mundo extraño y lejano, le dijo:

-Cuando el viento acerca palabras de voces conocidas, es mejor ponerse al abrigo por si las trajo por soplar con inesperada fuerza que nos pueda quebrantar la salud.

Código no entendió aquello, pero aquel eremita no le dejó hablar. Prosiguió.

-Código –Código no sabía cómo conocía su nombre-, acuérdate de lo que te he dicho. Estaréis en órbita en torno nuestra, pero cuando la abandonéis tendrás que encontrar tu rumbo. Cuídate del frío. Allá donde vais transportáis un peligro.

El eremita se fue despacio desapareciendo entre el agua nebulizada, que cedía en su presión. Código no había comprendido aquel extraño encuentro. Fue hacia el extremo de la plataforma hacia el que se había encaminado el eremita, pero este ya no estaba. Código volvió a entrar para reunirse con Grisóstomo. Este le esperaba con todo preparado. Código se sentó en su puesto y empezó a conectar todos los sistemas de despegue. Un tanto confundido, frenó en su labor.

-Ha pasado algo raro ahí abajo –le dijo a Grisóstomo.

-¿El qué? –contestó mientras seguía con su tarea.

-Había alguien –dijo Código reanudando la suya.

-¿Quién? ¿Una chica? –bromeó Grisóstomo.

-No… olvídalo. Ya se fue.

La Nereida despegó abandonando Indonesia, a la que habrían de volver con Alcalá de Henares D.F., aunque había más pasajeros que cuando vinieron, Código no habló demasiado en la primera hora de vuelo. Grisóstomo trató de abrir una conversación.

-Una vez, hace años, cuando era adolescente, una chica me retuvo toda una noche de bares y baile. Tras cerrar los bares, me dijo que tomáramos la última en su casa, pero en esos momentos apareció un amigo, nos dijo de ir a otro bar que conocía abierto, bailó con ella, rió con ella, me mandó a por bebidas, porque me tocaba pagar a mí, y al volver, se iban ya los dos. Meses más tarde yo estaba con una antigua amiga riéndome en otro bar. Esta chica apareció, me miró desde el otro lado del local, esperó a que ella se fuera al servicio. Se acercó. Preguntó seca que si estaba con ella, y contesté que con ella había venido al bar, lo que no era mentira, pero tampoco era la realidad que ella se había ideado. Se volvió, y se fue. Una vez, hace años, cuando era adolescente, en otro año diferente de la adolescencia, una chica me retuvo toda una noche riendo conmigo en un bar. Llegó un amigo, habló con ella, rió con ella un poco y se fueron juntos. Meses más tarde fui al cine con una antigua amiga. Llegamos tarde y nos sentamos en una esquina. Cuando hubo una pantalla con luz blanca nos descubrimos codo con codo aquella chica y yo. Ella saludó, me preguntó por mi amiga, y se la presenté. No volví a verla. Una vez, hace años, cuando era adolescente, en otro año, o quizá en alguno de esos años, me retuvo en un bar las invitaciones a cerveza de una chica repetidas dos semanas. A la tercera semana al fin se decidió por preguntarme por otro de mis amigos. Años después se acordaba de lo divertidas de esas cervezas de dos fines de semana. Una vez, hace años, cuando era adolescente, ya sabes... Bueno, pasado el tiempo, siendo adulto viviendo como un adolescente, una chica me retuvo conversando en un bar durante una noche, le presenté a unos cuantos amigos, pero ella sólo quería conversar. Y eso nunca está mal, ¿no?

-Cállate.

-Venga, no has dicho nada desde que despegamos. ¿Quién había en la plataforma?

-Nada, ya te dije que no tenía importancia.

-Está bien, está bien. ¿Sabes? Voy a bajar a la bodega a echar un vistazo. A ver si está allí tu fantasma. Seguro que tiene más conversación.

Grisóstomo salió de la cabina y fue hacia la bodega de carga. En el pasillo que unía la cabina de mando con la sala de reunión intermedia de la pequeña nave de distancia media se encontró a la bióloga Pat Patri con una extraña planta estirada con pequeñas ramitas de las que salían numerosas hojas bulbosas con pequeñas florecillas ocres.

-Qué extraña planta –dijo Grisóstomo parando su camino.

-Sí, pero es bella –contestó Pat Patri amablemente.

-¿Es para nuestros jardines?

-Me temo que si la tuviéramos en nuestros jardines esta pequeña nos daría problemas. La recogí para experimentar un poco con ella. Tiene unas propiedades un tanto venenosas.

Crisóstomo se inclinó sobre las florecillas para olerlas.

-Me encanta el peligro –dijo.

Aspiró fuertemente mientras intentaba tocar una de esas flores. Un ligero roce de sus dedos hizo que una de ellas reventara soltando un cierto polvillo amarillo que fue a depositarse en las cavernas de sus fosas nasales.

-¡Oh! Rápido suénese la nariz –le espetó la bióloga pasando la planta a una de sus manos y sacando con la otra un pañuelo para ofrecérselo.

Grisóstomo se sonó fuertemente la nariz.

-Quizá no me gusta tanto el peligro.

-No se preocupe, su veneno es muy particular. Aturde a sus víctimas hasta hacerlas perseguir a alguien de su género de sexo contrario. Las enamora.

-Vaya… entonces creo que no me despegaré de ti.

-No se haga ilusiones, yo no inhalé nada. Es un potenciador de los instintos de atracción sexual, pero sus efectos son más bien más parecidos al amor que a la actividad sexual. Me hablaron de ella los colegas de oficio de Indonesia. No sabemos muy bien a qué responde este efecto, pero puede ser interesante investigarlo. Será mejor que aspire algo de agua por la nariz y la expulse con todas sus fuerzas. La ablución es lo más indicado, sin duda. Si no, me parece a mí que con tanto tiempo que va a pasar en la cabina de mando con Código terminará pidiéndome flores para regalárselas.

Pat Patri se deshizo de Grisóstomo con un elegante movimiento y una sonrisa mientras seguía su camino. Grisóstomo se quedó mirando cómo se alejaba por el pasillo. De camino a la bodega de carga comenzó a sentir un cierto mareo. Bajó las escaleras metálicas y se sentó cerca del sarcófago donde dormía Borja Montero. Se sentía algo extraño, entre el aceleramiento del corazón y el cansancio de sus músculos. El sudor comenzó a bajarle por la frente, que se volvía fría. Casi estaba al borde del colapso. Necesitaba tumbarse, cuando alguien se agachó hacia él y le zarandeó por los hombros haciéndole reaccionar sacándole del estupor enfermizo que empezaba a apoderarse de él. Debería haber hecho caso a Pat Patri con el agua. Delante de él había una bella joven delgada de pelo corto y voz suave preguntándole si se encontraba bien.

-¿Qui… quién eres tú? –preguntó Grisóstomo reponiéndose.

-Marcela.

-No estás registrada… yo… yo llevó los registros de pasajeros… Eres una polizón –Grisóstomo se estaba reponiendo.

-A partir de ahora llámame Esther Claudio –le dijo sacando una pequeña botellita de agua de uno de sus bolsillos y mojando su cara con la palma de su mano-. Oye, ¿no me delatarás, no? Te estoy ayudando.

Grisóstomo debía informar a Código, pero estaba aún intentando recuperar su pulso corriente. El sudor parecía ceder. Su frente fría parecía querer recuperar su temperatura con ayuda del agua de aquella mano. El tacto suave como la voz de ella hacía ahora que su corazón acelerado tuviera ahora un nuevo pulso fuerte bombeando la sangre a todo su cuerpo animándolo y reanimándolo mientras su sistema nervioso enviaba nuevas órdenes a su cuerpo. Cogió la mano de ella que le lavaba y se la llevó lentamente a sus labios. Besó aquella palma mojada mirando a la joven a los ojos. Aquella Marcela, renacida en una nueva Esther Claudio, le devolvió la mirada. Ella se incorporó y se apartó de él perdiéndose entre la carga. Grisóstomo aún se quedó un rato sentado, maravillado. Deseaba quedarse allí, entre la carga de la nave.


La Nereida navegaba por el frío espacio exterior.

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