lunes, junio 30, 2014

NOTICIA 1360ª DESDE EL BAR: LA DERIVA DE LA GUERRA

Como dije, siguiendo con el centenario del comienzo de la Primera Guerra Mundial, aquí publico otro relato especialmente escrito para esta ocasión. El Segundo Imperio Alemán terminó la guerra con su autodestrucción. El cambio de mentalidades de los alemanes en casi cuatro años de guerra había llevado desde la creencia ciega en la monarquía imperial a un montón de creencias alternativas, unas en el comunismo marxista, otras en la socialdemocracia, otras estrictamente republicanas, con pinceladas democristianas, otras en ideas nacionalistas que no eran monárquicas. Eso, unido a varios desastres bélicos al entrar en el continente las tropas norteamericanas, llevó a una desmoralización entre la ciudadanía alemana que paradójicamente creyó que perdían la guerra por inferioridad numérica, pero no por superioridad estratégica ni de valía. Los acontecimientos posteriores en tiempos de paz enfocaría todo esto cada vez más hacia la Segunda Guerra Mundial. El relato de ficción que os he escrito espero que os guste.


LA DERIVA DE LA GUERRA

El río bajaba rápido aunque parecía tranquilo. El cielo era gris. Posiblemente iba a llover en algún momento del día. Unos peces enormes se asomaban de vez en cuando a la superficie. Puede que después de todo aquel día pudiera ser un buen día de pesca. Pero él era aún pequeño para pescar esos peces. Su padre se lo había dicho muchas veces antes de irse al frente a combatir por aquel río y aquellos montes que rodeaban su pueblo. Él pescaba al borde de la orilla con una pequeña caña improvisada que le había sido muy útil en otras ocasiones. Su madre no quería que lo hiciera, pero ella estaría ahora mismo trabajando en la casa del doctor. Apenas solía atrapar pequeños pececitos despistados, aunque esa mañana ya se estaba aburriendo de no tener mucha suerte. Sacó la caña del agua y se limpió el trasero de la hojarasca caída por el otoño.

El camino de vuelta al pueblo era corto. Entre el Elba y las primeras casas apenas había un tramo breve en pendiente hacia arriba lleno de árboles muy altos. Pronto se llegaba a una pequeña explanada lisa en la que se había construido la carretera que daba entrada a aquel municipio donde siempre te recibía algún animal pastando cerca. Ahora había muchos menos que antes. La guerra se había llevado a la mayor parte de los ganados de Alemania como se había llevado a los hombres.

La población se había reducido a mujeres, ancianos, algunos hombres que no servían para la guerra o que tenían cargos necesarios en la vida diaria del pueblo alemán, y a otros niños y niñas como él. Aquellos niños que habían llegado a la adolescencia también se los habían llevado el año anterior. Las calles seguían teniendo actividad, aunque no era la misma actividad que antes. El bullicio de los quehaceres diarios era menor. La gente decía que ya no podía quedar mucho de todo aquello, porque tampoco quedaba mucho más del pueblo. Solían decirlo cuando estaban en la taberna los tertulianos de siempre, o cuando estaban en la confianza de unas paredes conocidas, como las del hogar o las de cualquier establecimiento donde las personas se conocían tanto que incluso se conocían antes de nacer, gracias a los lazos de unión de generaciones y generaciones de personas nacidas en aquel apacible rincón que se dedicaba a fabricar quesos y estupendas salchichas cuando eran los días de matanza.

Cuando pasó las primeras casas vio jugar a la comba a Katrin.

-¡Hola, Katrin! –le gritó levantando la mano que tenía libre de sujetar la endeble caña de pescar.

-¡Hola, Friedericke! –le contestó la niña de coletas rubias sin dejar de saltar.

Tenían la misma edad. Sus familias a veces habían bromeado con su posible matrimonio, porque ellos jugaban muy a menudo juntos. Sin embargo, esa mañana Friedericke no se detuvo, siguió su camino mientras Katrin saltaba. Ella estaba algo más delgada que el año anterior. Sus pómulos se le marcaban más. También a su madre, que había caído enferma hacía unos meses. Una carta desde el frente les había informado que el hijo mayor de aquella mujer había dado su vida en los campos de batalla cumpliendo con su deber, defendiendo la patria. En realidad la muerte le sobrevino durante una retirada más o menos apresurada. Iba montado en la parte trasera de un camión junto con otros soldados por una carretera llena de agujeros de mortero. Algunos postes eléctricos estaban casi derrumbados y los cables estaban casi caídos y tensos sobre la carretera entre el peso del poste que los arrastraba hacia el suelo y la elevación del siguiente poste que estaba en pie sin problemas. No escuchó a tiempo la voz de alarma del compañero que llevaba la horquilla para levantar esos cables cada vez que pasaban bajo alguno. Todos los que iban con él bajaron sus cuerpos mientras él apenas se volvió para preguntar algo que nadie escuchó jamás, fue decapitado de una forma no muy limpia casi al instante. Así se produjo la honorable muerte de aquel joven por su patria. Pero esto no lo sabía la madre de Katrin, ni nadie del pueblo. Las hermanas mayores de Katrin llevaban todo el peso del hogar con ayuda de sus tías. El padre había muerto el primer año de guerra. Katrin debería estar en esos momentos al cuidado de su madre, pero su madre, afectivamente, le había pedido que fuera a jugar un poco a la calle.

Todo el mundo en el pueblo tenía los pómulos más marcados que el año anterior, y las ropas más holgadas.

En la plaza del pueblo unos hombres hablaban de política. Friedericke no sabía nada de aquello, salvo lo que le había dicho el profesor y sus padres. Había que tener amor al emperador Guillermo, a la patria y al resto de los alemanes. Aquella guerra reivindicaba los derechos germanos en Europa, los cuales habían sido ultrajados por los países vecinos, envidiosos de los campos alemanes y de sus fábricas. Eso le habían dicho en la escuela. En su casa se habían limitado a decirle que no se metiera en los asuntos de los mayores porque eran muy complicados, todo lo que tenía que saber era que Alemania  era una nación grande que había que defender. Aquellos hombres de la plaza no hablaban de amor al emperador. Sólo les oía pronunciar irrepetibles veces los nombres de Liebktnecht y Rosa Luxemburgo, del hambre que había por todas las regiones y sobre la necesidad de que todo aquello acabara ya. Decían muchas veces la palabra “socialismo”, Friedericke no sabía muy bien a qué se referían o qué era aquello exactamente. Sólo les oía quejarse de unas y otras cosas, la mayoría de las cuales ni sabía qué eran. No le parecía que tuvieran amor al emperador, aquello no le gustaba, no sabía porqué, pero no le gustaba. Cada vez que les oía una queja le venía a la cabeza las largas explicaciones de su profesor sobre los hermanos austriacos y las cualidades de honor que todo hombre tenía que sostener, porque ellos eran un pueblo civilizado y los pueblos civilizados tenían cuestiones de honor irrenunciables. Aquellos hombres no debían tener honor. Como era un niño disciplinado no decía nada, pues no tenía que meterse en los asuntos de los mayores. Él escuchaba, pese a todo lo que le producía aquella conversación a la que consideraba desleal con el resto de alemanes y sobre todo con su padre, que estaba combatiendo por ellos como hermanos, muy lejos de él.

El pequeño Friedericke fue a su casa después de visitar a su viejo vecino, un hombrecito muy mayor que siempre se las apañaba para darle algo, a pesar de que en esos días casi nadie tenía algo. Su madre volvió justo para hacerle la comida y comer juntos. La casa se llenó rápidamente del olor del repollo del chucrut. A él le gustaba mucho la compañía de su madre, pero ella debía regresar pronto a la casa del doctor para seguir trabajando. Apenas tenían tiempo que compartir. En el que tenían ella venía muy cansada. Trabajaba muchas horas. Antes no era así. Su padre hacía casi todo el trabajo que alimentaba el hogar. Ella se fue y él volvió a quedarse solo. Su madre se fiaba de él. Le había dicho que debía ser un adulto, y le otorgaba una confianza como de adulto, aunque no en todas las cosas. Hacia el mediodía hubo algo nuevo y diferente en el pueblo. Un montón de ruido anunció la entrada de una columna de militares. Era raro, porque no se había anunciado la llegada. Friedericke corrió de nuevo a la plaza, quería verles antes de que rompieran filas. Se cruzó con ellos por las calles, mas no se detuvo del todo hasta llegar a la plaza. Le producía una emoción interior que le hacía latir el corazón con fuerza, lleno de alegría.

El capitán de la columna había descabalgado y se había ido con el alcalde al interior del ayuntamiento acompañados de un ordenanza y otros pocos oficiales. Los soldados formaban en la plaza con sus fusiles al hombro y sus mochilas en la espalda. Estaban al cargo de un teniente con un bigote fino y rubio, pálido como los mármoles de la iglesia. Este estaba montado sobre su caballo con las dos manos juntas sujetando las riendas apoyado en la parte delantera de la silla de montar. Su figura destacada parecía enfermiza. Friedericke y los demás del pueblo pensaron que debían estar cansados por los combates de los últimos días. Probablemente se desplazaban hacia algún lugar del frente después de haber combatido hacía poco en alguna gran batalla. Cuando el teniente se removió encima del caballo y terminó inclinándose hacia un lado para vomitar desde lo alto, algunos del pueblo creyeron que quizá habría salido hacía poco de alguna convalecencia de un ataque con gases, otros, que veían en esto algo improbable, pensaron que quizá era un síntoma de tifus, estos corrieron a encerrarse en sus casas. El teniente, que se limpió la boca con un pañuelo que le pasó su asistente, tenía una gran resaca. La noche anterior había bebido una botella entera de ginebra que había comprado en el mercado negro por medio del mismo asistente que le había pasado el pañuelo.

-¡Stockinger, venga! –le gritó a un cabo que formaba de pie junto a los soldados.

El tal Stockinger acudió a la llamada.

-Búsqueme un poco de café hecho.

-A sus órdenes, mi teniente. Pero tendremos que sacarlo y hacerlo, la marcha ha impedido que podamos tenerlo preparado.

-No me sea incompetente, Stockinger. Búsquelo rápido en algún lugar de aquí, entre los vecinos. Tráigalo antes de que termine el capitán su conferencia. No lo quiero tener en la mano cuando salga.

El eficiente Stockinger saludó marcialmente la orden del teniente y a paso ligero se dirigió hacia una taberna de la plaza. Al cabo de un rato regresó al mismo paso ligero hasta estar de nuevo debajo del caballo del teniente.

-Con su permiso, mi teniente. No hay café.

-¿Cómo que no hay café? –dijo el teniente con un pequeño dolor de cabeza a modo de zumbido-. Por el amor de Dios, es una taberna.

-El dueño, que es un judío, mi teniente, dice que no sirve café desde hace meses porque se lo requisó otra unidad.

-Miente. Seguro que tiene algo. Coja a dos hombres y vuelva a pedírselo.

El cabo eligió a dos hombres de la formación. Estos se quitaron sus mochilas y, fusil al hombro, le acompañaron al interior de la taberna. Tardaron más tiempo en salir. Algo de ruido salió del interior. También salieron unos pocos tertulianos de manera precipitada. El cabo regresó al lado del teniente junto a los dos soldados.

-Mi teniente, el judío insiste en que no hay café ni hecho ni sin hacer. Hemos hecho un registro y parece ser así.

-Lo tendrá oculto –el teniente mantuvo la mirada al frente-. Cabo, haga una inspección a fondo.

El cabo eligió a otros dos soldados más de la formación. Se quitaron sus mochilas e igualmente con sus fusiles al hombro marcharon con el cabo y los otros dos soldados hacia la taberna. Tardaron mucho más tiempo y se escuchó más ruido, incluso voces altas. El tabernero salió corriendo seguido de uno de los soldados. La carrera fue corta. El tabernero se chocó de bruces con el capitán, que salía junto con el resto de la comitiva del ayuntamiento, no muy lejano de la taberna.

-¿Qué está pasando aquí? –preguntó el capitán reponiéndose del choque.

El soldado contestó que tenía orden de atrapar a ese hombre mientras el teniente con un suspiro hondo descabalgaba del caballo ayudado por su asistente y se acercaba al capitán.

-Con su permiso, mi capitán. Andamos escasos de café y le pedí al cabo que le pidiera café a este tabernero. Se ha negado a dárnoslo y he ordenado que lo requisen.

-No estamos aquí para aprovisionarnos, teniente –dijo el capitán con sus largas patillas que se juntaban al bigote.

-Es cierto, mi capitán, pero consideré que era necesario tener café. Usted sabe la importancia de esta bebida en nuestros hombres. Este hombre, para mal nombre de los judíos como él, se ha resistido a avituallar a las tropas.

-Bien, bien. No era el momento de tomar avituallamiento, teniente. Ya hablaremos de eso en privado. Tampoco podemos permitir estas faltas de patriotismo entre nuestros compatriotas. Nosotros hemos combatido en las trincheras para que ellos estén aquí tan tranquilos. Arresten a este tabernero.

-Pero, capitán, Jens es civil –intervino el alcalde en un intento de salvaguardar a aquel hombre conocido de todo el pueblo.

-Pues le acuso de traición a la patria –resolvió el capitán de manera rápida, no le gustaba ser contrariado en sus decisiones-. Cabo, llévelo preso. Hay que acabar con estos comunistas.

El cabo, que se había acercado con los cuatro soldados que habían inspeccionado la taberna, se llevó al desdichado Jens.

La tropa comió su rancho y volvió a formar para marchar de nuevo. Friedericke no se había separado mucho de ellos. Le atraían los uniformes, sus colores, sus botones, la combinación de colores con las pistoleras y las bolsas de municiones, las palas de trinchera colgadas en el macuto, y las granadas colgando. Todos en fila de a dos con los fusiles al hombro se disponían a marchar. El pobre Jens iba dentro de un carro custodiado por dos guardias. El pueblo les veía irse en silencio. Friedericke les despedía a voces con la mano cuando se alejaban ya de las casas. Les había seguido hasta el cruce que llevaba a la carretera nueva unos kilómetros más allá. El último soldado de la formación volvió la cabeza hacia sus gritos alegres de despedida y le despidió con la mano, al asegurarse que no le veía su oficial al mando. Él era un chico joven, también judío como el desdichado Jens.

-¿A dónde van? -le preguntó uno de los hombres de la tertulia de la mañana al alcalde cuando ya no había ningún soldado en el pueblo.

-A Berlín –contestó.


Por Daniel L.-Serrano “Canichu”.
Alcalá de Henares, 30 de junio de 2014. Publicado con motivo del 100 aniversario del comienzo de la Primera Guerra Mundial (1914-1918).

sábado, junio 28, 2014

NOTICIA 1359ª DESDE EL BAR: CONSERVAS DE ESPAÑA 1914



En el cementerio viejo de Alcalá de Henares se enterró a dos o tres militares alemanes de la Primera Guerra Mundial. Venían de África, en 1916. Habían sido expulsados del Camerún. Iban ahora de regreso a Centroeuropa, pero al atravesar España, un país neutral, tuvieron unos días de descanso. Uno de sus lugares de descanso fue esta ciudad. Su tren paró en nuestra estación y ellos se alojaron en uno de los cuarteles. Venían de una derrota militar y probablemente su futuro, el de muchos de ellos, sería morir en Francia ese mismo año en Verdún o en el Somme. Sin embargo, dos o tres de ellos murieron aquí. Probablemente de alguna enfermedad tropical, o quizá por alguna herida de guerra irreversible. Ayer busqué sus tumbas a la vieja usanza, lápida por lápida, sin éxito. Tal vez hayan sido trasladadas al cementerio militar de Cuacos de Yuste. Quizá sea una tarea más fácil consultando los archivos correspondientes. Pero la aventura investigadora también requiere de sus romanticismos.

Hoy, 28 de junio de 2014, se cumplen cien años exactos de aquel otro 28 de junio de 1914 donde un nacionalista serbio, el estudiante Gavrilo Princip, asesinó al heredero del trono del Imperio Austrohúngaro el archiduque Francisco Fernando junto a su esposa en las calles de Sarajevo. Un atentado, por otro lado, de lo más chapucero y de lo más lleno de casualidades. Detrás estaba presuntamente una organización llamada La Mano Negra, que no hay que confundir con la española. Con el tiempo, mucho después, se ha podido saber documentalmente que Princip era un nacionalista serbio manipulado por los intereses políticos entremezclados por diversas personas que nada tenían que ver con los intereses reales de él, sino con intereses secretos de Estado. Ese atentado supuso a lo largo de un mes una serie de declaraciones de guerra que dieron lugar a la Gran Guerra, conocida después como la Primera Guerra Mundial (1914-1918). La llamada última guerra de caballeros, el cambio de las normas bélicas, el paso transformador traumaticamente del siglo XIX al XX... Nada se salvó de ella. Nuestro mundo desciende de todos los caminos truncados y de todos los caminos nacidos a partir de ahí. En el fondo incluso la actual política rusa, y la actual política del Este europeo en general, aún derivan de aquellos sucesos, sobre todo, en este 2014, en Ucrania y en los países nacidos de la antigua Yugoslavia. 

Ya publiqué algo de este aniversario de hechos tan decisivos hace unos días, pero esta semana voy a publicar una serie de contenidos literarios escritos expresamente para esta conmemoración. Espero que los disfrutéis.
 

CONSERVAS DE ESPAÑA 1914
  
-¿Ha leído usted las noticias de Europa? –le dijo el hombre del sombrerito que leía el periódico.

-Llevo días leyéndolas –contestó el cura mientras se secaba el sudor de la cabeza con un pañuelo blanco que contrastaba con su sotana negra.

La estación de tren de Figueras estaba especialmente vacía ese día a esas horas. Sólo estaban ellos dos, que ni siquiera eran del pueblo, y un par de trabajadores de la estación que estaban distraídamente fumando un cigarrillo de hierbajos varios.

-¿Y qué? –le incitó a hablar el hombre del sombrerito.

Los dos esperaban a pie de vía desde hacía mucho rato, quizá desde hacía una hora y media. Primero había llegado el cura con un gran maletón, mientras que el hombre del sombrerito había llegado el segundo.  Se habían saludado brevemente, porque el hombre del sombrerito encontró algo de gran importancia en su enorme periódico de cuatro hojas. Así que se había ocultado la cara del aire fresco cubriéndola con una fotografía del archiduque Francisco Fernando y su esposa, que aparecían en la portada aún sonrientes. Cuando el hombre del sombrerito leyó, releyó y reflexionó sobre las noticias que acababa de conocer acerca del precio de las conservas de sardina cántabra en Francia y comparó los cambios de moneda española con las monedas francesas, alemanas, austriacas e inglesas, había abandonado aquel rincón de su prensa diaria para mirar muy atentamente la noticia sobre las fiestas de los alrededores, luego saltó a la página de espectáculos de variedades, donde había un anuncio de corsés femeninos muy notable, aunque sumamente pequeño, hasta achinar los ojos, y con la tinta negra claramente desbordada en la imprenta, lo que había provocado un borrón en las zonas del corsé en las que a él más le interesaba comprobar la destreza de las nuevas corseteras en elaborar bonitos brocados con cintas de seda decoradas. Habría que despedir a los trabajadores que habían perdido tanta tinta negra en las zonas que interesan a toda persona de cierta cultura e interés por las obras artesanas, pensó el hombre del sombrero pequeño. Plegó el periódico para cerrarlo y allí encontró la cara regordeta y bigotuda del difunto archiduque austriaco acompañada de su esposa, a la que se le veía ligeramente detrás de él, porque, como una dama de la nobleza, había sabido mantener su posición incluso a la hora de morir a manos de aquel jovencito serbio. Los nobles sí que sabían cómo se debía hacer las cosas. Ante la mirada tan varonil, elegante y bien comida de aquel hombre que ahora gozaba de un mundo mejor, cruzó las piernas recogiéndose las perneras negras de su pantalón hasta el punto que pudiera haber pescado cangrejos de río, como cuando era niño, y le dirigió aquella pregunta al señor cura que hasta ese momento había estado comiendo un bocadillo.

-¿Ha leído usted las noticias de Europa? –le dijo el hombre del sombrerito con sus perneras recogidas enseñando sus calcetines insinuando los huesos de los tobillos.

-Llevo días leyéndolas –contestó el cura mientras se secaba el sudor de la cabeza con un pañuelo blanco con el que acababa de limpiarse la boca de los restos del bocadillo.

-¿Y qué? –había continuado el hombre del sombrerito, cuyos zapatos eran brillantes como cucarachas bien gordas.

-Esas cosas son horribles –dijo el señor cura.

-Sí, sí, lo son. Sin duda. Pero, ¿qué opina de la guerra? Todo el mundo dice que habrá guerra.

-Yo ya estuve en una guerra –dijo el cura suspirando-. En la del Barranco del Lobo.

-Ah, pater, ¿es usted del ejército?

-No, hijo. Estaba en Melilla, visitando a mi familia. Nuestros valerosos soldados heridos llegaban a la ciudad en tales cantidades que me pidieron ir a los hospitales de sangre a trabajar.

-¿Tuvimos heridos suficientes?

-No sea usted irrespetuoso, hombre –dijo el cura frunciendo el ceño, pero en seguida puso su cara más comprensiva-. Muchos de nuestros muchachos dieron gloria a nuestros nombres.

-Claro, pater, a eso voy. Muchos de nuestros gloriosos soldados, cuando estaban tumbados desnudos y muertos en el polvo del África mientras les saqueaba algún bereber, es posible que comprendieran antes de su muerte que toda su entrega y arrojo ha tenido un gran sentido y valor para salvaguardarnos a nosotros –dijo el hombre del sombrerito-. No debe haber gloria mayor que la entrega por el prójimo.

-No hay mayor gloria, que la gloria del Señor.

-Sí, ya lo creo yo también. Pienso que cuando recibieron una bala sarracena en su estómago, y créame que eso duele, porque una vez tuve una úlcera y sé de lo que hablo… son muy malas las heridas en los estómagos, no me extrañaría que se hubieran retorcido de dolor… Pues bien, pienso, pater, que debieron elevar su mirada al cielo satisfechos de haber cumplido su deber. Seguro que todos sabían que con ilusión esperaban la acogida en el seno del Señor.

El cura se levantó de su asiento, sacó su reloj y miró la hora sin prestarle mayor atención a aquel hombre.

-Parece que el tren retrasa –dijo al fin el cura volviéndose a sentar junta al hombre del sombrero pequeño.

-Cristo también retrasa.

-Perdón, ¿cómo dice?

-Perdone, quizá no me he explicado, pater. Quería decir que un hombre como usted irá a alguna parroquia nueva, ¿no? Así que si el tren, el prodigio de la tecnología de nuestros días, retrasa, usted llegará tarde a su nueva parroquia también, ¿no?

-Sólo estoy de viaje –contestó el cura no muy convencido de la explicación de aquel hombrecito-. Voy a Francia a ver a una prima mía.

-Pues llegará tarde a la iglesia –contestó el hombre con el periódico sobre sus piernas cruzadas-. Si tiene que visitar a su prima en Francia…

-¿Pero qué está usted diciendo?

-Bueno, pater, no se altere. Quiero decir que tendrá alguna iglesia que atender.

El cura asintió con la cabeza con cierta desconfianza pero otorgándole un hecho real. Hubo un pequeño silencio y aquel hombrecito siguió conversando. Ciertamente se aburría oyendo cantar a las chicharras, que ese día se estaban esforzando por encontrar pareja en aquel campo soleado cerca del balasto

-¿Cree usted que llevan razón los austriacos?

-Les han matado al archiduque.

-Sí, sí… es verdad. Pero, la guerra del año 1912, sólo hace dos años de aquella, en esa guerra, y la del año después, claro, en esas guerras los serbios ya dejaron claro que…

-Dios sabrá cómo han de ser las cosas –zanjó el cura, que realmente no sabía mucho de política internacional.

-Claro, claro… es cierto, pater –tras otro breve silencio donde el cura se hurgó con el dedo meñique la nariz, aquel hombre de sombrero pequeño volvió a intentar una conversación-. Yo voy a Francia por mi negocio. Llevo poco tiempo en él, pero espero grandes cosas. Vendo conservas. Todo tipo de pescados que se puedan enlatar. Sardinas, atunes, lo que sea, si me animo hasta enlataré judías. Pensé que esto de la guerra hará que los ejércitos combatientes tengan hambre, porque el ejercicio físico da mucha hambre, ¿sabe, pater? Así que pensé que lo mejor era ir en persona para ver cómo hacer negocios por allí. Ahora mismo estaba mirando las divisas. La verdad es que me da igual vendérselas a unos o a otros. No creo que me vayan a fusilar por ser un hombre de negocios.

-No le fusilarán, no creo que España entre en esta guerra. No pueden fusilar a las personas de los países neutrales.

-Y eso está bien, porque alguien tendrá que pescar y arar y sacar a las vacas a pastar. Aunque si entráramos yo creo que nos convendría entrar con los franceses, los ingleses y los rusos. Son gente de negocios inteligentes, y luego está el asunto de los americanos, que aunque han discutido con los ingleses suelen ser amigos en el fondo, como los amigos de las tabernas que todos los días discuten por juegos pero todos los días juegan juntos, y si entrara América en esta guerra… eso sí que es un mercado. Esa gente sí que sabe hacer las cosas, y son tantos… Fíjese en lo de Cuba de 1898…

-¡Deje de decir tonterías! –se alteró el cura-. Nuestro deber en la guerra, si entráramos, es combatir junto a los buenos católicos austriacos y junto al emperador Guillermo II, que para eso el insigne imperio que fue España se lo debemos a la corona y las armas alemanas. No olvide que, no obstante, nuestra Reina Madre es una Habsburgo-Lorena. Así que menos tonterías.

-Pero, pater, ¿y no deja de ser curioso que nuestra Reina Madre sea Habsburgo y a la vez ostente en su nombre el de Lorena. Mire que en la guerra franco-germana de 1871 las regiones de Alsacia y Lorena, que es lo que probablemente los franceses querrán recuperar de los alemanes… Pero, ¿qué hay de la Reina, de la esposa de nuestro amado rey Alfonso XIII? Ella es británica, es una Battenberg… Si España combatiera con los alemanes, entonces…

-¡No diga usted más sandeces! –volvió a sentenciar el cura-. Nuestro deber está con Cristo y con la Iglesia de Roma.

El hombre del sombrerito sacó con elegancia una pitillera del bolsillo interior de su chaqueta, la abrió y la extendió hacia el cura tras colocar en sus labios un cigarrillo.

-¿Fuma?

-Por supuesto.

El hombre del negocio de las conservas encendió los dos cigarrillos. Primero se inclinó hacia el cura para encenderle el suyo tapando el fuego de la cerilla del vientecillo que venía del Norte. Luego se encendió el suyo propio. Ambos dieron unas caladas antes de volver a decir alguna otra cosa.

-¿Y cómo es África? –preguntó el hombre del sombrerito.

-Melilla es como esto, pero con moros.

-Allí tiene que haber buena pesca.

-La hay. La gente de allí es sencilla. Como aquí. Pescan, lo venden en la lonja, van a sus cosas. Pero la guerra…

-La guerra de África es mala cosa.

-Sí, lo altera todo –dijo el cura.

-¿Y como es el Rif?

-Verde, muy verde.

-Creí que era parecido al desierto.

-No toda África es igual –dijo el cura meditando con la vista perdida en el largo de las vías del tren.

-Pero nosotros tenemos más máquinas, más industria…

-También los alemanes tienen más que nosotros de todo eso, y más dinero.

-Y Francia.

-Sí, hijo, sí, los franceses también.

Hubo un silencio nuevo. El cura abrió su maletón y sacó una botella de vino con dos pequeños vasitos de metal ornamentados.

-¿Le apetece? –le ofreció al hombrecito.

-¿Por qué no, pater? Bebamos.

El cura abrió la botella con un pequeño sacacorchos y llenó los dos vasitos con una clara decoración religiosa.

-El vino siempre es vino –dijo el hombrecito saboreando el primer trago.

-Sí –dijo el cura tratando de volver a guardar la botella en el maletón, que se había descolocado por dentro. El cura hizo nuevo sitio dentro hasta acomodar la botella sin darse cuenta de que su pequeño misal se había ido deslizando hasta caer al suelo.

-¡Oh, vaya! –exclamó el hombre del sombrero pequeño-, se cayó al polvo.

El cura asintió con un sonido nasal y lo recogió sacudiendo seca y contundentemente al misal al cual el polvo no se le desprendía. Uno de los hombres de la estación se les acercó y les comunicó que habían recibido la noticia de que por circunstancias inesperadas no podrían salir más trenes hacia Francia por ese día. Había unos problemas en las vías de comunicación de la frontera. Debían esperar al día siguiente, el primer tren que saliera a primera hora de la mañana iría directo a Francia.

-Pues hoy no iremos a Europa –dijo el hombrecillo devolviéndole al cura la copita de metal con un Jesucristo crucificado y un enorme sol a modo de aura detrás suyo.

-Mañana –contestó el cura secando ambos vasos y guardándolos de nuevo.

Ambos hombres se despidieron y abandonaron la estación hacia un lugar donde alojarse lo que durara la noche.


Por Daniel L.-Serrano “Canichu”
Alcalá de Henares, 28 de junio de 2014. Publicado con motivo del 100 aniversario del comienzo de la Primera Guerra Mundial (1914-1918).

lunes, junio 23, 2014

NOTICIA 1358ª DESDE EL BAR: EL ARTE DE VOLAR, LOS SURCOS DEL AZAR


En el Primer Congreso Internacional de Conferencias de Novela Gráfica y Cómic conocí en persona a Antonio Altarriba. Fue en noviembre de 2011. Él daba una conferencia llamada Orígenes del cómic, ¿qué es cómic?, la cual reseñé por aqui. Yo daba una comunicación sobre Hugo Pratt. Su cómic más conocido es El Arte de Volar, que creó en 2009 junto al dibujante Kim. Este había llegado a mis manos en 2010 y me lo había leído en aquel 2011. Me pareció uno de los mejores cómic españoles de las últimas épocas. Es por ello que le pedí que me lo firmara. Y ahí lo tengo, firmado en mis estanterías. 

Sobre El arte de volar se ha escrito mucho, por ejemplo es recomendable ver qué dijo sobre su estilo Angux en 2009, desde La Caraviñeta. En aquel congreso, que se realizó en Alcalá de Henares, también se habló mucho de él, sobre todo poniéndolo en relación con otra obra maestra del Noveno Arte, Maus, de Art Spiegelman, que también reseñé. Aunque quien habló de esta novela gráfica de modo directo, y la analizó delante del mismísimo autor, fue Diego Espiña. También lo reseñé y resumí.



















Altarriba, igual que hizo Spiegelman en los años 1970, revisaba su propia Historia familiar repasando su paso por las atrocidades de mediados del siglo XX. A la vez hacían una introspección en sus propios traumas familiares y en su propia biografía, al acercarla al conocimiento de las biografías de sus padres. Spiegelman lo hizo en torno a la Segunda Guerra Mundial y el peso que tuvo en su padre y en su familia que ellos como judíos hubieran sido perseguidos por nacionalsocialistas alemanes e internados en el campo de concentración y exterminio de Auschwitz. Altarriba hacia lo propio revisando la vida de su padre, el cual fue un republicano anarquista que se ve obligado a irse de España al perder la guerra civil española. En Francia fue internado en un campo de refugiados francés, uno de aquellos que funcionaban casi como campo de concentración y exterminio dadas las condiciones que les infringieron las autoridades francesas. Después combatió en la Segunda Guerra Mundial a favor de los franceses y, tras conocer las libertades de una democracia laica, regresó a España para reencontrarse con su familia y sufrir un destierro interior a costa de su pasado republicano y las condiciones nacional católicas de la dictadura de Franco, donde todo el mundo era ya diferente, y no para bien, llenos de miedo, analfabetismo y tabúes religiosos discutibles, según el autor y el padre del mismo.

A Altarriba, le valió varios premios importantes del cómic, incluido el Premio Nacional de Cómic 2010. Aunque su obra debe también buena parte del mérito a Kim, el dibujante que se apuntó a este proyecto cuando Altarriba se lo ofreció en 2006. Kim, dibujante de El Jueves con la serie Martínez el Facha, supo crear un ambiente y la continuación de la narración allá donde el relato del guión creaba vacíos. Quizá esa sea parte de la perfección de la obra, que la narración de la misma, como buen cómic, es doble entre imagen y texto. Altarriba había usado los textos autógrafos de su padre para crear el guión, mientras que Kim usó un poco más de documentación para poder recrear los vacíos en cuanto a detalles históricos, aparte de las muchas metáforas visuales y un cuidado estudio de los detalles de época y un cierto ritmo de movimiento muy interesante. Era además uno de los pocos cómic que tocaban con seriedad el asunto de la guerra civil española y los exialiados. Asíque el ejercicio de poner distancia a demonios personales y familiares que hizo Altarriba sirvió para ponerle en comunión con miles de otros republicanos en sus mismas o cercanas circunstancias.


Este año me regalaron otro cómic, otra novela gráfica española, que muchos críticos y lectores consideran que es la mejor de 2013. No está muy lejana a las anteriormente citadas. En este caso la ha creado por completo el que quizá sea uno de nuestros creadores jóvenes más reconocidos incluso internacionalmente, Paco Roca; el cómic se llama Los surcos del azar. Me lo regalaron este 2014, como he dicho, el Chico Gris y Carmen Hercas, el día de mi cumpleaños. En este caso Paco Roca opta por recuperar la memoria y la biografía de alguien desconocido para él, un anciano republicano español exiliado en Francia y que había permanecido perdido su paradero actual para muchos historiadores hasta que lo encontró él. Así pues, en su obra se pierde la conexión sentimental que tanto potenciaba las emociones en las de Altarriba y Spiegelman. La intención de Paco Roca no es ponerse en paz consigo mismo y con su padre o su Historia familiar, sino que pretende recuperar, o restaurar, o extender el conocimiento histórico de los padecimientos de una parte de los exiliados militares españoles tras la guerra civil española.

No es un libro de la guerra civil, por mucho que algunas personas lo hayan definido así hasta la saciedad. De la guerra civil sale sólo justo su final en el primer capítulo. Se tratra de aquellos exiliados que lograron abandonar el puerto de Alicante, última zona republicana en 1939, dejando atrás innumerables tragedias humanas de suicidios. Narra cómo fueron llevados a la Argelia francesa porque los franceses no dieron su permiso para que estos últimos refugiados pisaran la Francia continental. Allí sufrieron una serie de maltratos injustificados que les llevaron a realizar trabajos forzados construyendo el tren transahariano, provocando la muerte de una gran parte de españoles. Muchos de ellos se alistarán en las tropas aliadas de la Segunda Guerra Mundial cuando comienza la Campaña del Norte de África, y de entre estos veteranos de la guerra civil y de aquella campaña, saldrán los españoles que se alistaron al ejército francés de liberación, exiliado en Inglaterra e integrado entre las tropas inglesas, el cual lideraba De Gaulle. Este ejército permitió la creación de una unidad de españoles republicanos al mando del general Leclerc y mandada por el capitán Drone. Aunque no participaron del Día D del Desembarco de Normandia de 1944, fueron usados como punta de lanza de las tropas aliadas, a menudo con escasos medios o con las sobras armamentísticas del ejército norteamericano. En todo caso su labor fue de tal contundencia que fueron ellos los que entraron y liberaron París en apoyo de los resistentes que se habían levantado contra los alemanes en 1945. Esa es la historia principal que recupera Paco Roca, más luego, muy por encima, las vivencias personales de su protagonista, desilusionado con que los aliados no entraran a liberar España y sintiéndose en tierra de nadie cuando al regresar a España le ocurre lo mismo que al padre de Altarriba, por lo que él opta por volver a Francia para vivir su vida.

Alguien que no se acerque habitualmente a los cómic podría pensar que este tipo de historias nos aproximan a Azañas Bélicas (por varios autores entre 1948-1949, 1950-1958 y 1961). Algo de ello hay, pero no exactamente. La principal novedad es poner el centro de atención en la guerra civil española y en todo aquello que concierne a los republicanos españoles que se vieron forzados a participar de la Segunda Guerra Mundial. Ese es un camino que ya habían iniciado antes otras personas y que últimamente tiene a bastantes autores interesados en su desarrollo, tanto con historias serias como con historias de humor. Algunos lo han llevado al camino de las aventuras y la acción bélica, otros lo han llevado a la crítica antibelicista, cosa no muy común en los cómic españoles, y la gran mayoría lo están llevando a la recuperación de la memoria histórica. Paco Roca no usaba las memorias de su padre, como Altaguirre o Spiegelman, por lo que lo suyo se aproxima más a esa recuperación y abandona el camino de la introspección en uno mismo y en sus orígenes. Así que se aproxima más a obras como Cuerda de presas, de Jorge García y Fidel Martínez en 2005, el cual me fue regalado hace unos años por Mauricio Basterra. En ese caso igualmente se creó un cómic recuperando la historia de cuatro personas en la más inmediata postguerra. O también siguió ese camino Un buen hombre, de varios autores en 2009, del que ya hablé. Son revisiones de la Historia desde el Noveno Arte usando la ayuda del género histórico de la biografía, la autobiografía y las memorias. No obstante, Paco Roca lanza en su guión algo que sí le ata a Altarriba y a Spiegelman: él aparece como personaje, no es el hijo ni el nieto del anciano al que entrevista, pero desde luego también aparece su desarrollo psicológico en cuanto a lo que le produce humanamente conocer al anciano no sólo en persona, si no también intimamente a través de su pasado. El asunto familiar queda en manos de un personaje secundario que es el nieto, o eso parece, del anciano, que conoce al abuelo gracias al interés de alguien que no es de la familia. Así que Paco Roca deja en el aire que muchas veces el conocimiento del pasado familiar no viene de manos de la propia familia, si no de fuera... La desmemoria española como consecuencia de acostumbrarnos en la doctrina de no hacer preguntas en favor de unas comodidades supuestas.

Para los historiadores el cómic no revela nada nuevo, si bien es uno de los apartados históricos que por muchos esfuerzos que hagamos no parece que recoja toda la atención debida por parte de los ciudadanos, ni siquiera en los temarios universitarios, si bien esto se interrumpe cuando en algún aniversario redondo algún periódico publica extensos reportajes sobre el asunto, en términos periodísticos, no estrictamente científico. Ahora bien, el cómic, que es un éxito de ventas y de distribución, está sirviendo para que mucha gente descubra un pasado español en la Segunda Guerra Mundial, hay otros, también interesantes e importantes, algunos incluso decisorios, pero la liberación de París es muy golosa pictóricamente e incluso en el imaginario colectivo. Paco Roca ha creado un trabajo impecable. Personalmente creo que en lo documental Altarriba y Kim hicieron un trabajo mayor, no obstante le dedicaron tres años de creación antes de publicar y muchas revisiones conjuntas. Sería injusto decir que Paco Roca no haya hecho un ejercicio de investigación, el propio cómic lo es en sí mismo, y desde luego los detalles de los vehículos, paisajes y de los uniformes indican que visualmente ha debido tener un alto asesoramiento artístico, probablemente incluso fotográfico. Es una investigación quizá algo más visual y técnica. Es una novela gráfica muy interesante por ello. Aparte de que nos brinda la oportunidad de poder ver a los españoles de Leclerc en color, en lugar de en blanco y negro. Paco Roca pone el color en el pasado, y el blanco y sepia al presente, invirtiendo así unas formas iconográficas tradicionales para los saltos en el tiempo. Algo que simbólicamente debe valorar cada uno. Una de las cosas que me gusta de esta novela gráfica es cómo se resuelven las situaciones de acción, y con esto no me refiero sólo a la violencia, también al mero hecho de hacer café en una cafetera, las viñetas de esas acciones son tan precisas que en algunos momentos, con ayuda de la imaginación y un buen ritmo de lectura, podemos visualizar la historia casi como una película en movimiento. Los trazos de Roca son sencillos, pero no pierde detalle. No usa de fuertes contrastes de sombras. Es un hombre bastante luminoso en sus viñetas, aunque sabe manejar muy bien los juegos de luces en el color.

Los surcos del azar y El arte de volar no son meros cómic de guerra. Son algo más. Son otra cosa. Son, para un historiador, una herramienta a tener en cuenta para acompañar su enseñanza de la Historia a los que se quieren acercar a ella. Para un amante de los cómic son una gozada visualmente, y sus guiones están perfectamente a la altura de crear una intriga y un interés total por la obra. Incluso para un amante del cine tendrán un atractivo. Quien quiera historias de guerra asimilables a la realidad y llenas de tiroteos, donde además haya una historia humana real y nada ensalzadora de los valores del combate, quizá quede fascinado con el de Roca, quien quiera una que dé muchas explicaciones de porqués posibles, quizá mejor recomendarle la de Altarriba y Kim. 

Tal como se analizó en el Primer Congreso Internacional de Conferencias de Novela Gráfica y Cómic de 2011, estamos ahora mismo en Europa en un momento donde en el cómic las biografías, las autobiografías, las introspecciones y las memorias están de moda. Especialmente en España y Francia. Es curioso, porque en cuanto a libros de Historia son precisamente esos géneros los menos vendidos entre los aficionados a los libros de Historia (a pesar de que hoy día muchos políticos están publicando sus memorias). Sin embargo son de lo más útiles para poder escribir la Historia en general de algún periodo, acontecimiento, etcétera. Quizá algún lector de cómic pueda estar saturándole la fuerte apuesta del mercado español por este tipo de obras, en especial las introspectivas de los autores, pero hemos de suponer que esto es un ir y venir de gustos. Va por temporadas. En todo caso, estos cómic son muy a tener en cuenta, quizá estemos hablando de clásicos actuales de nuestro Noveno Arte. 

Hoy empieza el verano, así que esta es mi recomendación para aquellos que tengan vacaciones de algún tipo, o mucho tiempo libre. 

Saludos y que la cerveza os acompañe.

jueves, junio 19, 2014

NOTICIA 1357ª DESDE EL BAR: FELIPE VI CITA A MACHADO, CASTELAO, ESPRIU Y ARESTI

Ya estamos en las primeras horas del reinado de Felipe VI. Previamente, hace más de una semana, ocurrió el debate y votación en el Congreso sobre la abdicación de Juan Carlos I, donde se dieron razones a favor de un referendum que pida la República. Y previamente, hace dos días, el Senado hizo lo mismo, sólo que en esa ocasión los miembros del gobierno del PP no acudieron al Senado. Tan arrogantes se sintieron en su mayoría que prefirieron no ir en persona al día más importante del gobierno en el Senado. Asíque Felipe VI gobierna como jefe de Estado sin haber sido votado en el Senado por los propios miembros del gobierno (salvo cuatro ministros). 

También es de destacar el hecho de que la ceremonia de proclamación de Felipe VI de hoy, dentro del Congreso, no ha sido retransmitida gracias a los servicios de la televisón pública de Televisión Española, que suele tener reservados los derechos sobre los acontecimientos más importantes del gobierno que afectan a la vida de los españoles, ya que el mismo gobierno del PP decidió que debía rodar, y pasar las imágenes al resto de televisiones, una empresa privada de radiodifusión que el propio Congreso tiene contratado: Telefónica. Los miembros de Televisión Española se quejaron, pero casi nadie ha informado de ello. De hecho Televisión Española ha tenido hoy comentaristas tan monárquicos que han rozado (si no caído en) posturas ultramonárquicas. Algo bastante insultante para quien no lo es, y muy poco acorde con su carácter de televisión pública para todos los españoles. Un ejemplo estuvo cuando se alegraron mucho de que no hubiera apenas manifestaciones visuales de republicanos... Sin explicar que excepcionalmente hoy las banderas republicanas estaban prohibidas en Madrid capital. Eso, aparte de una falta de democracia, es en cuanto a los informativos una falta contra el derecho constitucional de informar y de ser informados. Además, para quien no lo sepa, las banderas republicanas no son ilegales, a diferencia de otras, ya que la ley española considera legales todas las banderas que defiendan democracias y libertades, de hecho hasta hay jurisprudencia de sentencias judiciales que avalan la total legalidad de usar una bandera republicana española en cualquier momento. Como sea, otro tipo de comentarios de los periodistas de TVE fueron aún más hirientes e irrespetuosos para con quienes no piensan en términos monárquicos.

Felipe VI recibió primero el mando de todos los ejércitos de España antes que la jefatura del Estado. Su padre, Juan Carlos I, le puso el fajín de capitán general de todos los ejércitos. Es altamente significativo, pues aunque nadie lo haya comentado, resulta que en un país como España donde hay quien dice que el franquismo se ha superado, el futuro Rey obtiene antes el mando de todos los cuerpos militares del Estado que el gobierno del Estado. Así, durante unos cuarenta minutos a una hora hemos tenido al ejército español completo bajo el mando y órdenes de alguien que no era el jefe de Estado. Parece ser que en España se ha de ser antes jefe de los cuerpos armados que gobernante civil, constitucional y democrático, pues, para quien no caiga en ello, cuando recibió la capitanía general de manos de su padre, Felipe aún no había jurado la Constitución. Sí, esa de 1978 que tanto iba y venía en los debates del Congreso y del Senado de días anteriores. Ese juramento lo hizo en el Congreso después, cuando fue proclamado Rey. 

Y otro detalle, una de las medallas que usó en su uniforme es la que usó su tatarabuelo el Rey Alfonso XIII. Los símbolos para los nobles y para los gobiernos son importantes. ¿Quiso representar Felipe VI que la monarquía de su tatarabuelo Alfonso XIII sigue vigente? Si es así cometió un error monumental dados los acontecimientos actuales: con Alfonso XIII el turnismo político fue brutal... y es de eso mismo de lo que se acusa a la política que hereda de su padre, de turnismo camuflado de bipartidismo. Y ya se sabe cómo terminó Alfonso XIII.

Que hubiera obispos dentro del Congreso fue otro error. Si España es laica, estos no deberían haber estado presentes. Y la Constitución dice que España es laica. De hecho no hubo ceremonia religiosa. Los obispos bien hubieran hecho en recibir estos acontecimientos dentro de sus sedes, igual que otros muchos millones de españoles. 

Los diputados y senadores que votaron en contra de la ley de abdicación, más los de Amaiur, no acudieron a este acto. Cuando Felipe de Borbón fue proclamado rey Felipe VI se dieron vivas al Rey y a España iniciados por el presidente del Congreso, a la vez, en mi calle, una mujer gritaba desde su terraza: ¡Viva la República!, y en mi salón, por primera vez, pues no soy de poner banderas, puse una bandera republicana en solidaridad con aquellos madrileños a los que no sólo se les prohibió tenerlas públicamente, sino que además recibieron visitas de funcionarios regalándoles banderas españolas monárquicas (¿cuánto dinero nos habrá costado?).

El primer discurso del nuevo Rey es fundamental, ya que es de los pocos que elabora él libremente y normalmente suele ser guía de la trayectoria personal futura de cada monarca como propósitos a seguir. Los puntos claves del discurso de Felipe VI fueron:
 
1- Una primera parte repasando muy extesamente la trayectoria de su padre como Rey, de su madre, de su abuelo y de los valores de su familia (esposa e hijas).
 
2- Una segunda parte previsible sobre que es Rey constitucional, sobre la gente que padece la crisis, sobre el terrorismo superado...
 
3- Luego comenzó a hablar del pasado "aquel que nos desune o nos une" como algo que espera superado, pero no menciona si este es el de la dictadura o el de la República. En ese sentido fue ambiguo, pero al poco tiempo vino la sorpresa, cuando empezó a hacer guiños a los republicanos, mencionando escritores republicanos como la gente más que válida cuyos valores son los democráticos de esta monarquía. Nombró a Antonio Machado, a Castelao, a Salvador Espriu y a Gabriel Aresti.
 
4- Por cuatro veces consecutivas a lo largo de todas las partes de su discurso mencionó mirando a los diputados que lo importante de la política y de su reinado son las personas, los ciudadanos, y que la política tiene que hacerse de acuerdo a sus necesidades y de acuerdo a lo que ellos deseen y no de acuerdo a lo que quieran unos pocos. En ese sentido reiteró también una nueva generación.
 
5- Respecto a su idea de España les dijo a los diputados: "unidad no es uniformidad". Comenzó a poner en valor la importancia de la diversidad cultural de España, especialmente con sus lenguas. "Unidad no es uniformidad", es un mensaje claro respecto a los tiempos nacionalistas que vivimos hoy de cara a los más españolistas.
 
6- En cuanto a la política internacional fue escueto, se ciñó a seguir a la UE y continuar con nuestra unión a Hispanoamérica. 
 
7- Cerró citando al Quijote de Miguel de Cervantes en un pasaje referente a la importancia de los valores de ejemplaridad de la persona por encima de todas las cosas. Dejó la tribuna despidiéndose en todos las lenguas principales de España.

En resumen, según su primer discurso, parece que le va a apretar las tuercas en privado al gobierno en cuanto a su modo de hacer política en clave sólo de favorecer a las derechas.
Ya veremos, esto acaba de comenzar. Hoy sólo es el primer día. 

A los periodistas de TVE no les debió gustar demasiado, pese a que dijeron que sí. Muy educadamente no pararon de poner "peros" al discurso en un primer momento. Lo que me hace pensar que quizá haya ultramonárquicos que les haya descolocado un discurso como este y no comprendan que su patrimonialización de una idea de España haya recibido hoy una colleja de Felipe VI. Por otra parte, es incomprensible que los monárquicos que han ido a verle al balcón del Palacio Real después de que recorriera las calles de Madrid en un coche descapotable, gritasen: "España unida jamás será vencida"... en fin... las dos Españas, creo que estos monárquicos que gritaron eso no han entendido nada del discurso de Felipe. Probablemente más de uno son precisamente aquellos que no quieren que se saquen ejecutados por Franco de las cunetas de las carreteras para que sus familias les entierren. Vaya uno a saber. Lo que sí parece evidente es que eran aquellos que patrimonializan una idea única y uniforme de España, como desde hace muchas décadas hicieran otras personas.

Lo dicho: ya veremos, esto acaba de comenzar. Hoy sólo es el primer día.

lunes, junio 16, 2014

NOTICIA 1356ª DESDE EL BAR: A UN MES DE LOS CIEN AÑOS, OTTO DIX NOS HABLA


Otto Dix es inquietante. Toda su obra lo es. Prostitutas deformadas por la dureza de la vida, la edad, los estragos del vicio o de las necesidades de la vida. Deformación del ser humano a través de la oscuridad del hombre. Operaciones del siglo XX retratadas con tanto detalle como se acostumbraba en el Renacimiento durante el siglo XVI. Mujeres como metáforas. Dix en sí mismo es inquietante. Pero quizá dentro de su vasta obra sea de lo más inquietante los dibujos y bocetos que realizó en 1924 a partir de su paso por la Primera Guerra Mundial como soldado alemán al servicio del Segundo Imperio Alemán. 

Los horrores de la guerra de Dix son una puesta a punto en pleno siglo XX de los horrores de la guerra que vio Francisco de Goya en el siglo XIX. El dibujo que os presento se llama "Soldado Muerto". Hay numerosos soldados muertos en aquella serie de dibujos de 1924. Él participó de la guerra  como soldado durante todo el tiempo que esta se desarolló. No pintó todas sus inquietantes visiones hasta seis años más tarde del final del conflicto bélico que llenó todo el suelo europeo de sangre, cenizas y carne humana podrida a la intemperie. Una Europa rica en ruinas tanto físicas como morales y éticas. Él había hecho bocetos en sus días en las trincheras y en las marchas por aquella guerra tan llena de lluvias y barro, donde los hombres se movían como ratas por los agujeros que cavaban en la tierra y morían como vacas enganchadas en alambradas de espinos metálicos para ganado, usadas en los frentes para impedir el avance del enemigo. Una guerra donde costaba cientos de vidas, miles de vidas, avanzar unos metros que unas horas más tarde serían perdidos. Donde las bombas deformaban varias veces un mismo terreno en un sólo día. Donde entre unas y otras trincheras había una tierra de nadie llena de cadáveres de compañeros, a veces de amigos, imposible de ser recogidos para llevarles a una tumba digna. El barro, el barro y la intemperie, y la carne pudriéndose al sol, al viento y a la lluvia, y los insectos que eran capaces de sobrevivir ante aquel panorama de bombas, gas venenoso y lanzallamas, eran las texturas que encontró Dix en medio del horror como algo ideal para ser retratado en una clara acusación a la Humanidad. Aquí tenemos a este muerto coronado por azar por una corona de espinas en su cabeza enredadas en su pelo. "(...) Al ardor de la juventud por algo de gloria desesperada, / la vieja mentira; dulce et decorum est / pro patria mori", lo escribió Wilfred Owen, un poeta inglés que también combatió en aquella guerra. Dulce et decorum est pro patria mori: Es agradable y decoroso morir por la patria. Ahí está el soldado coronado.

Otto Dix nació en 1891 y se formó como pintor expresionista. Su obra acusa directamente incluso a quien está mirándola directamente. En 1914 se alistó como soldado raso en el ejército alemán para ir a combatir por Alemania. Combatió en varios frentes hasta el punto que conoció tanto el frente alemán contra los franceses como el frente alemán contra los rusos. Los horrores de la llamada Gran Guerra le impactaron toda su vida. Volvieron más perturbadora aún su obra futura. Cuando regresó la paz en 1918, él en 1919 fundó con otros expresionistas y algunos dadaístas un grupo creativo alemán muy fructífico desde el que criticaron con dureza toda la sociedad de su época, la cual era fruto, superviviente e hija de aquel monstruo bélico que se desarrolló entre 1914 y 1918. Aquello no fue lo único traumático de su vida, pero sí lo más traumático. Cuando el nacionalsocialismo se hizo con el poder en 1933, él fue expulsado como profesor de una cátedra de Arte, tuvo que trasladarse a otra ciudad alemana (la suya era Dresde), y hasta fue acusado y detenido de ser partícipe de un atentado fallido contra Adolf Hitler en 1938, mientras su obra era perseguida y acusada de antipatriótica y degenerada, pero paradójicamente exhibida por ello mismo para, según las autoridades, dar ejemplo de que era el arte degenerado. Daba igual, era censurado en pocos días. Todo ello no impidió que en los últimos momentos de la Segunda Guerra Mundial las autoridades más desesperadas por la cercanía del fin de la guerra y la defensa destinada a evitar que los aliados llegaran a Berlín le movilizaran para que combatiera en 1945. Fue apresado por las tropas francesas como soldado. Tras esto, su prestigio artístico se revalorizó más, hasta el punto que ambas Alemanias (la República Democrática Alemana y la República Federal Alemana) le reclamaban para sí, pero al no sentirse cómodo artísticamente en ninguna de las dos, fue de las pocas personas que gozaba de la libertad de estar bien visto y bien valorado en ambos Estados y pudiendo circular, ser premiado y exponer también en ambos sitios. Murió en 1969, en Singen, en la RFA.

Se puede ver parte de su obra en The Online Otto Dix Project.