viernes, julio 04, 2014

NOTICIA 1364ª DESDE EL BAR: LOS GUERREROS DE LOS RIFLES

El sexto relato por el cien aniversario del inicio de la Primera Guerra Mundial lo he situado en el África Subsahariana. Un lugar de combate poco conocido, pero que resultó de vital importancia en el cambio de mentalidad de la población autóctona, ya que a partir de ahí nació el panafricanismo, el movimiento llamado la negritud, un montón de promesas incumplidas, y el acercamiento de muchas personas de las tribus a la alfabetización occidental, a sus sindicatos, a sus trabajos vacantes a costa de que los blancos se iban a combatir a los frentes de combate, al socialismo, sobre todo de corte socialdemócrata y comunista, y a una formación militar a la manera occidental que les hizo comprender de sí mismos que los blancos por ser blancos no eran superiores.




LOS GUERREROS DE LOS RIFLES

Los rebaños de gacelas, con sus elevados cuernos paralelos y sus finas patas, estaban tranquilamente tumbadas o pastando. Muy cerca un grupo de ñúes, con sus barbas y sus cuernos torcidos, caminaban hacia el Este, hacia el agua del lago Victoria. Otro grupo de cebras, con sus rayas negras y blancas y su aspecto de pequeños caballos, estaban como deliberando entre hacer una cosa u otra. Los tres grandes grupos habían hecho la emigración juntos a aquel lugar. Habían llegado a los pastos cercanos al lago hacía unos dos meses. La emigración conjunta permitía más posibilidades de salir indemnes de los ataques de las leonas y las hienas o de recibir la lanza de algún grupo de cazadores humanos. Una nube de mosquitos importunaba a las gacelas que se habían tumbado. No tardaron en levantarse y vagar tranquilamente mordisqueando por diferentes lados algo de la vegetación de aquel prado. A lo lejos una familia de elefantes se desplazaba también hacia el lago, pero esto no les inquietaba. También por el cielo se veían diversas aves volando en esa dirección. Sin duda era la época. No era extraño que todos aquellos enormes grupos hubieran sido seguidos por pequeños grupos de leones, guepardos, leopardos, hienas, buitres y perros salvajes de las praderas. Eran un manjar andante. Además, por el camino podían encontrar grandes serpientes que tampoco les ponían las cosas fáciles. Llegar al enorme lago Victoria no era tampoco una garantía de tranquilidad, aunque sin duda era el premio final de aquel enorme camino. Allí había cocodrilos y caimanes en las aguas, pero a la vez se reunían con otros rebaños pacíficos para ellos como eran los de onix, antílopes y okapis, o bien grupos de aves grandes. También encontraban a veces pequeñas familias de monos que bajaban raramente para beber, de hipopótamos a los que no había que acercarse mucho, o de rinocerontes, con los que había que guardar aún más las distancias.

Su extraña comunidad migratoria formada entre gacelas, ñúes y cebras parecía una especie de acuerdo implícito para ir o irse al lago Victoria en las épocas del año correspondientes. Era verano y estarían allí hasta el comienzo de octubre. Era necesaria la convivencia con los innumerables animales de otras especies que se acercaran a beber y a pasar los grandes calores, pero esos tres grupos, cada uno sin revolverse con el otro, parecían tener una especie de pacto para moverse por África juntos. Como si fueran una confederación de animales. Era inevitable que tarde o temprano alguno de ellos, de cualquiera de las tres especies, cayera bajo el ataque de algún depredador, pero la unidad podía permitirles mejor que por variedad y cantidad de individuos tuvieran más posibilidades de salir con vida o salvar a sus crías. Bien es cierto que a la hora de defender a sus pequeños era más efectiva la táctica de los elefantes, rinocerontes e hipopótamos, pues no basaban su estrategia en salir corriendo en huida, sino en rodear a sus crías para protegerlas y arremeter en un ataque contra su agresor. Quizá por eso todo carnívoro africano prefería a aquellos grandes grupos de rumiantes. Había tantos reunidos que siempre podían cazar a alguno. Se asustaban con facilidad y rara vez se defendían conjuntamente. Corrían y sus crías también debían correr si querían salvar la vida. Muy rara vez eran defendidos por sus familias, que a lo sumo o trataban de esconderles o hacían algún aspaviento de defensa. Los guepardos, que eran los que más corrían, solían siempre saltar sobre los cuartos traseros de algún ejemplar joven, después lo derribaban mordiéndole el cuello. Lo estrangulaban con sus mandíbulas, a la vez que lo desangraban. Aquel corredor ya no tenía salida. La gueparda, pues era normal que los felinos dejaran la caza a las hembras, tenía así comida para sus cachorros, y siempre quedaba algo para el macho, que simplemente lo tomaba para sí, sin esperar ofrenda alguna y sin importarle mucho la cantidad que dejaba para la gueparda y sus pequeños. Aquello era la selva.

Había muchos grupos en verano en torno a los prados del lago Victoria. Sin embargo, los depredadores marcaban sus territorios, eso permitía que allá donde hubiera leones, los leopardos no se adentraban, por ejemplo. No era algo matemático. Por supuesto que los intentos de ocupar territorios, las desorientaciones, las migraciones o simplemente el hambre, provocaban incursiones en unos y otros territorios marcados de modo habitual con los olores de sus segregaciones, tales como orines o defecaciones. Bien es cierto que las hienas tenían por costumbre adentrarse en manadas en los territorios que querían y robar la caza de las leonas más desdichadas, y, si se descuidaban, incluso de comerse a sus cachorros más pequeños. A veces estos se perdían y lloraban por la noche muy lastimeramente, su madre les llamaba con un rugido agónico, parecían auténticas madres humanas llorando al comprender la gran tragedia que podía suponer la indefensión de su pequeño. Afortunadamente solían reencontrarse de modo habitual por las mañanas. Otras veces no era así, para fortuna de las hienas. Si lo encontraba un guepardo o un leopardo la situación no era mejor. Ellos no se comerían la cría de un león, pero sí lo mataban para evitar un futuro competidor en aquel lugar cuando se hiciera adulto. Los buitres eran entonces los más afortunados, acostumbrados a bajar de los cielos para alimentarse de la carroña de los más desdichados. Daba igual que animal muriera a la intemperie, tenían una capacidad de visión de tal calibre que ellos divisaban cualquier animal muerto, por pequeño que fuera y por muy lejos que estuvieran volando.

Las aguas del lago Victoria eran otra cosa. Serpientes, cocodrilos y caimanes se lo disputaban. Las serpientes fingían ramas y hojas caídas en la orilla, y si alguna gacela joven se acercaba a beber cerca de ellos, reptaban con gran sigilo y saltaban para inyectarles su veneno de un mordisco. Era cuestión de tiempo que aquel pequeño cayera mientras sus padres no podían hacer nada y se mantenían a distancia horrorizados viendo actuar al reptil. Normalmente esto ocurría por las noches, ya que por el día las orillas del lago eran aprovechadas por los felinos para cazar igualmente, ocultos entre la maleza, esperando pacientemente en los lugares que por observación habían concluido que era el más obvio para que una gacela se acercara a beber. Y beber también era un acto de prudencia, pues del agua podía saltar lo que antes era un tronco de un árbol caído y ahora era un cocodrilo saltando atrapándote con sus fauces, que eran como unos resortes imposibles de abrir para escaparte. Su hilera de dientes te enganchaban y te arrastraban al interior del agua, donde morirías ahogado en mitad de la violencia que se te hacía. Ibas a ser devorado con seguridad. Los cocodrilos y los caimanes no hacían distinciones, carnívoros y herbívoros, todos eran una pieza ideal para comer. A los únicos que respetaban era a los elefantes adultos, a los hipopótamos con sus pajarillos pequeños sobre ellos y a los rinocerontes. Sus pieles eran duras como corazas de metal humanas y se defendían con gran fuerza y violencia. A un cocodrilo esos animales no les venían bien, más que para su dieta, para su salud en general. Además, que un hipopótamo se bañara en una orilla del lago podía hacer creer a una gacela, a un antílope o a cualquier herbívoro que allí no había peligro para beber, entonces ya estaba planteada la trampa.

Hacía tiempo que en el lago había otro tipo de animal para ellos, se trataba de pequeños barcos de vapor de los humanos y otras embarcaciones. Estaban acostumbrados a barcas de madera de las poblaciones negras que por milenios siempre convivieron con ellos, cuya carne era blanda y exquisita, pero cuya caza entrañaba peligros especiales, pues un animal tan aparentemente indefenso, sin fuerza ni velocidad, se las ingeniaba de todo tipo de trampas que podían acabar con uno. Se vestían con telas, pero también con pieles de animales como ellos. Los hombres de aquellos otros barcos con piezas de metal, movidos por el vapor de unas calderas, eran blancos y daban órdenes a aquellos negros, que vestían similar a aquellos blancos. Al Sur del lago eran alemanes, al Norte eran ingleses. Muchos animales además emigraban al lago Victoria desde las selvas al Oeste del lugar. En ese extenso territorio de selva tupida, con sus hormigas, arañas y telarañas gigantes, estaban los belgas, justo donde vivían los grandes gorilas y las tribus africanas más cercanas a la prehistoria de la Humanidad. Tribus apegadas aún a las hachas de mano hechas de piedra, mientras los belgas, alemanes e ingleses tenían rifles y fusiles que provocaban un estruendo que terminaba en la muerte de algún ser.

En las orillas del Noroeste del lago Victoria estaba nuestro grupo de gacelas, ñúes y cebras. Allí estaban entre su actividad de pastar apaciblemente y sus indecisiones sobre si acercarse ya al lago, o esperar a que bajara un poco más el sol en esa tarde. Aún quedaban dos o tres horas para que comenzara a anochecer en aquel lugar del mundo. Un poco de ruido les alertó, pero no lo suficiente para salir despavoridos corriendo por la pradera. Pusieron prudentemente algo de distancia entre los humanos nuba que se acercaban a aquel lugar y ellos.

Aquellos nuba llevaban el uniforme inglés de las tropas coloniales con sus emblemas distintivos donde se veían claramente algunos elementos definitorios estrictamente africanos. Aquellos nuba eran unos hombres negros muy fornidos. Tenían la cara, sobre todo sus frentes, decoradas con gordas cicatrices redondas en filas que formaban dibujos geométricos sobre ellos. Eran cuatro y algunos de ellos tenían algunas de esas decoraciones personales por sus brazos, sobresaliendo su visión por debajo de las mangas cortas de sus camisas. Uno de ellos llevaba en los alerones de su nariz unos hierros a modo de tachuelas que le decoraban la cara, al mismo modo que le daba cierto aspecto de ferocidad. Todos llevaban unos rifles reglamentarios. Seguían las órdenes de un sargento blanco y delgado cuyos brazos y piernas eran todo fibra. Su pelo era negro y corto, y tenía un bigote como una raya horizontal y recta. Sus ojos eran azules y sudaba todo aquello que sus soldados nuba no sudaban en ese momento. Su gorro como un plato tampoco eliminaba demasiado el sol sobre su cabeza. El sargento llevaba en su cinto una simple pistola reglamentaria. Tenían como prisioneros a dos altísimos masai de pelo tan rizado que era imposible de traspasar con los dedos, cosa que no pasaba con los nuba, pues ellos iban totalmente rapados al cero. Los masai llevaban uniformes alemanes y eran dos. Estaban desarmados. Estaban tan estilizados que la visión en conjunto de todos aquellos hombres parecía una farsa en medio de tal ambiente paradisíaco de las manadas tranquilas en mitad de la pradera.

Aquellos masai estaban muy lejos de su territorio original, ellos eran más que de la zona de Kenia, de la zona de Tanzania, que estaba dentro del África Alemana Occidental, al Sureste del gran lago Victoria. Pero tampoco los nuba estaban en su territorio tribal. Ellos eran de un lugar al Noroeste de aquella zona Noroeste del lago. Eran de donde probablemente eran aquellas gacelas, ñúes y cebras que les miraban. Los nuba eran un pueblo que había conservado su Historia de modo oral, por lo que esta estaba llena de fábulas imprecisas igual que la vieja Historia de griegos y mesopotámicos. Sus poblados estaban en las montañas que daban fin a la sabana africana y se solían colocar en las elevaciones de terreno que encontraban agrupando sus chozas cada cuatro de ellas. Tenían su base de piedra, paredes de adobe y techos de paja y ramas. Según los nuba anakin más ancianos eso se remontaba siete generaciones atrás como remedio para defenderse de los innumerables pueblos que viniendo del Este y del Oeste les hacían saqueos y les secuestraban para venderlos en los mercados de esclavos. De este modo los nuba vivían como en fortalezas y combinaban sus labores agrícolas y pastoriles con numerosas tareas guerreras. Se consideraban a sí mismos los señores del Alto Nilo. Tenían toda una cultura en torno a la idea guerrera como defensa de su pueblo. Los guerreros eran admirados, pero estos debían tener una serie de códigos, por ello los mejores y más fuertes guerreros debían ser además los más virtuosos músicos de la tribu. Los nuba eran apasionados de la música y los rituales del baile.

Los nuba en sus poblados solían ir prácticamente en total desnudez, sobre todo las mujeres, salvo aquellos que habían recibido a misioneros cristianos protestantes ingleses. Sin embargo los masai, lejos de los territorios nuba, en su Kenia natal, eran unos guerreros bastante pacificados. Se dedicaban sobre todo a la ganadería de especies bóvidas. Vestían con telas, normalmente largas faldas que les cubrían desde el comienzo de la boca del estómago hasta las rodillas. También tenían como mantos a modo de capotes. Solían decorarse con grandes collares muy amplios y diademas. Los guerreros se pintaban de ocre y bailaban dando saltos mientras ululaban. Sus lanzas de puntas larguísimas eran realmente temibles. Los británicos ya habían probado otras como esas, las de los zulúes, en Sudáfrica, hacía ya muchos años, en 1879, pero todavía lo recordaban, pues la modernidad de su ejército había sido más que cuestionada por tribus que todavía vivían en las épocas más antiguas del hombre.

Tanto los cuatro nuba como los dos masai vestían las ropas de los ejércitos europeos correspondientes, eran por ello: askaris. El sargento inglés paró en aquel lugar tan apacible para consultar su mapa. Los masai se acuclillaron para descansar, rodeados por los cuatro nuba y sus rifles.

-Sigo sin entender porqué seguimos a estos blancos –dijo en su lengua natal uno de los nuba al resto.

-Porque son nuestros amos –le contestó otro mirando a los masai que estaban agachados.

-¡Callad! Los ingleses son nuestros amigos. Gracias a ellos nuestro pueblo ha logrado que paren los ataques que por generaciones hemos sufrido –dijo el más fornido de los cuatro fornidos.

-Pero mi madre sigue viviendo en una cabaña de adobe rodeada de estiércol mientras ellos viven en ciudades en la costa –dijo el primero que había hablado.

-Una vez conocí a un guerrero dankali –dijo el cuarto que aún no había hablado-. Esos viven entre la sabana y el desierto, pero no son blancos. Su piel es más clara que la nuestra, pero es como la nuestra. Ellos luchan con los ingleses contra los turcos mucho más al Noreste de África, pero no están en sus ejércitos con uniformes como los nuestros. Dicen que se tienen a sí mismos por aliados y no por súbditos.

-¿Y qué diferencia hay si al final luchan por ellos? –dijo el segundo que había hablado.

Los masai tenían la cabeza levantada, pero no les miraban directamente. Los nuba les rodeaban con sus caras hacia ellos, pero los masai no se atrevían a mirarles directamente a la cara.

-Me habló de la existencia de un dios poderoso diferente al de los blancos, Alá. Me dijo que ese dios le había dicho a su profeta “tu Señor no te ha olvidado ni te ha aborrecido. Tu vida futura tiene más valor para ti que la vida presente”. Dijo que todos los africanos éramos hermanos y que si ellos estaban con los ingleses era porque los preferían a los turcos o los alemanes, pero que llegaría un día que habría que reclamar África para los africanos. Ese es el futuro de África.

-¿Una África sin blancos? Eso es imposible –dijo el tercero que había intervenido.

-No. Una África con ellos, pero nuestra –prosiguió el cuarto.

-¿Y qué más da ingleses, franceses, portugueses alemanes o turcos? Yo he trabajado en los puertos de El Cairo antes de la guerra –dijo el primero que había hablado-. Era un estibador más. Se cargaban y descargaban grandes cantidades de todo tipo de productos que salían de África. Allí conocí a unos hombres blancos que me dijeron que el color de la piel no importa. Realmente creo que estos hombres nunca habían vivido el trato que hemos vivido nosotros. Sí importa. Pero llevaban razón en una cosa. Las diferencias las imponen los hombres con dinero. Los que no tenemos nada somos débiles mientras andemos divididos. Nuestra riqueza es nuestra unión. Los ingleses tienen mucho dinero, y nuestras madres, como dije, siguen viviendo muriéndose de hambre si hay sequía. El dinero de nuestros amos sale de nosotros. Tendríamos que unirnos los pueblos de África para reclamar lo que nos corresponde y poder organizarnos para que nunca jamás nos falte nada.

-Tu hermano estudió en Europa, ¿no? –preguntó el tercero que había hablado.

-Sí, y me manda libros. Y te aseguro que esos libros dicen cosas que no nos dicen los sacerdotes que nos mandan a nuestros poblados.

-Entonces hablas como los blancos –sentencio el tercero.

-Pero lo que dice a mí me gusta –dijo el segundo.

-Yo no creo que los que no tenemos nada podamos gobernar sobre estos que tienen hasta aviones –dijo el cuarto-. Creo que el dankali llevaba razón, tenemos que vivir con ellos, pero África debe ser nuestra y no suya.

-¿Quieres que te explote un rey negro en lugar de uno blanco? –le dijo el primero que había iniciado aquello.

Los masai los miraban discretamente con giros de sus ojos, en silencio. Sumisos a su condición de prisioneros de aquellos hombres nuba.

-Estamos combatiendo con ellos por su supervivencia –dijo el tercero-. Los ingleses nos recompensarán. Cuando acabe todo nos miraran de igual a igual. Podremos tener nuestras escuelas como las suyas, nuestras universidades… yo no sé mucho de las cosas que decís, pero creo que ahora somos hermanos.

El sargento terminó de consultar el mapa y se acercó a los nuba con cara de complacencia al haber encontrado el camino de regreso a su fuerte. Llevaba colgando sus prismáticos de campaña.

-Chicos –les dijo en inglés-, creo que llegaremos en una hora. No estamos muy lejos, afortunadamente. No sé qué hacían estos alemanes negros tan lejos de su territorio pero creo que nos van a dar un par de días de permiso por esta captura.

Luego, mirando a los masai, añadió:

-Si averiguan que erais espías ya sabéis vuestro destino. Aunque con el uniforme puesto es poco probable que lo seáis.

Los masai entendieron su inglés, pues su pueblo se hallaba dividido entre territorios alemanes e ingleses, pero hicieron como si no le hubieran entendido.

-Pobres diablos, no entienden nada de lo que digo. No saben nada de lo que les espera cuando lleguemos –dijo el sargento. Luego miró al más fornido de los nuba y dijo-. Vamos a seguir. No quiero que por descansar nos coja la noche entre las fieras.

Los nuba levantaron a los masai y el grupo siguió su camino ante la mirada de las gacelas. Delante del sargento los nuba hablaban en inglés.

Sólo había pasado un año de guerra. Al principio los ingleses y los alemanes de aquella región africana habían decidido respetar el tratado de 1885, por el cual en caso de guerra europea los territorios africanos mantendrían una tregua. Fueron los ingleses los que rompieron la tregua africana en aquel rincón tras pasar los primeros meses del conflicto. Otros lugares de África ya habían visto escaramuzas alemanas, inglesas y francesas. El control de los territorios y sus riquezas iban a ser vitales cuando todo acabara. ¿Acaso la guerra no se hacía para eso? Los industriales alemanes lo ansiaban, y el resto querían mantenerlos. Grandes firmas mercantiles de Londres pagaban parte de los materiales que necesitaban las tropas, siempre insuficientes. Pero entre tanto los alemanes se habían adentrado siguiendo los caminos paralelos a los ríos y habían asaltado y quemado varios poblados africanos con misiones cristianas inglesas, belgas y francesas. Se habían llevado a todos sus hombres para hacerles militares y, en algunos casos, habían quemado vivas en sus chozas a mujeres y niños. El Alto Mando inglés en África pensaba que quizá debían contraatacar con un gran ataque en las zonas ricas en minerales de Ruanda y Burundi, en la tierra de los hutus y los tutsis, pero eso aún tardaría un año en ocurrir. En aquel 1915 los combates aún eran pequeñas escaramuzas y tanteos de fuerza donde la peor parte se lo llevaban los moradores de los poblados negros. Cuando no destruían sus casas y sus vidas, se llevaban sus ganados o se lo mataban, lo que suponía la muerte de sus bebés. Los distintos pueblos africanos se posicionaban del lado de uno o de otros siguiendo ancestrales tradiciones de lealtades guerreras y alianzas. Los ingleses y los franceses les reportaban más libertades que los alemanes, y estas no eran muchas. Pero sus trabajos en los puertos marítimos, la educación básica que recibían y su incorporación como askalis en sus ejércitos les estaban dando a conocer unas ideas innovadoras para ellos que plantaban la semilla de un nuevo mundo, una nueva África imaginaba que no quería ser sumisa.

Sus ancianos, sus mujeres y sus hijos morían en sus pueblos natales mientras ellos se lanzaban con armas nuevas contra los enemigos. Matar blancos no era imposible, pero su lealtad a los otros blancos que se lo permitían les hacía creer en una hermandad, en un África diferente a la vivida hasta entonces. Los penachos de humo de las destrucciones se combinaba de vez en cuando con los tambores de guerra que en tum-tum anunciaban que algunos pueblos de las profundidades se habían lanzado con sus lanzas y flechas a combatir a los diablos blancos. Habían matado a dos de ellos, decían los tambores, y eso era una gran victoria. Mientras, en los cuarteles, un grupo de askalis aprendía a manejar ametralladoras pesadas.

Cuando el grupo salió de aquel lugar, tres borana salieron de su escondite detrás de unas matas. Iban a su poblado, sin dar mayor importancia a aquellos hombres que se pararon allí para mirar el mapa que dividía África en un montón de líneas fronterizas entre europeos. Hacía unos días había muerto uno de sus venerables ancianos y lo habían enterrado con todos los honores en el corral de sus animales, tal como correspondía hacer con los hombres mejores de entre ellos. Ellos eran principalmente de Etiopía, pero habían llegado hasta aquel lugar, pues eran nómadas respetando las necesidades de sus ganados. Era un pueblo ganadero muy estructurado socialmente. Cada uno tenía un deber de acuerdo a su edad figurada según su nacimiento. Se podía nacer como adulto, y ser adulto y ser tratado como un niño. Un niño recién nacido podía ser tratado como un guerrero adulto, y un adulto podía ser ya tratado como alguien que no se valiera por sí. Eran cosas de su religión gada, que dividía sus vidas en periodos de diez años. Según el periodo de diez años en el que nacías serías una cosa u otra, sin distinción de la edad real que tuvieras. Comerciaban con sal entre ellos sólo. Sus chozas eran pobres y no muy fuertes. Conocían pozos de agua que custodiaban como propios, aunque su cultura oral hablaba de que los hicieron otros pueblos anteriores a ellos. Cuando los tres hombres llegaron a su poblado una choza tenía un báculo a su puerta, símbolo de que en esos momentos la mujer de la choza estaba dentro con su amante, cosa que era algo permitido y normalizado. No había problema. Los hombres dentro de las chozas no tenían ninguna capacidad de disponer sobre nada ni nadie. Un anciano les saludó al llegar. Ellos le saludaron. Despreocupadamente sacaron de unas bolsas hechas de cuero de cuello de jirafa lo que habían recogido para la cena y se dispusieron a ayudar a hacer la cena de la tribu, mientras otros guardaban las reses en las cercas. Lejos de allí, guiados por aquel mapa lleno de líneas fronterizas dibujadas a lapicero, el sargento inglés llegaba con los nuba y los masai a su fuerte con viejos cañones del siglo anterior.

La selva y la sabana se llenaban de ruidos animales según bajaba el sol. Las gacelas, ñúes y cebras se acercaron a beber agua al lago Victoria, donde muy lejos de allí patrullaba un barco alemán y otro inglés. Tan lejos que ellas bebían tranquilas y ajenas a su existencia, mientras los cocodrilos se lanzaban al agua y las leonas se movían con sigilo.


Por Daniel L.-Serrano “Canichu”
Alcalá de Henares, 4 de julio de 2014. Publicado en Noticias de un Espía en el Bar, con motivo del 100 aniversario del comienzo de la Primera Guerra Mundial (1914-1918).

1 comentario:

Canichu, el espía del bar dijo...

¿Y el África Subsahariana qué papel tuvo en la Primera Guerra Mundial? Porque a Lawrence de Arabia, Jartum, y estas cosas todos lo conocemos, pero ¿y el África negra? El África negra tuvo combates en 1916 en torno a Ruanda, Burundi, Kenia y algunas zonas francesas. Pero desde 1917 los británicos decidieron apoyar a un holandes boer que sería el que pusiera las bases del futuro estado racista de Sudáfrica. Ahora bien, ¿qué ocurrió al comienzo, entre 1914 y 1915? Con un relato de ficción, el sexto en esta serie de relatos por el aniversario del centenario, os lo cuento. Espero que os guste.